domingo, 17 de julio de 2011

La mesa esta servida



En algún lugar lejano había una isla de mierda. No tenía nombre. No valía la pena ponerle ninguno. Era una isla de mierda con forma de mierda. Allí crecían palmeras con forma de mierda. Y las palmeras daban cocos que olían a mierda. Pero allí vivían monos de mierda que adoraban los cocos que olían a mierda. Y cagaban mierda de mierda. La mierda caía al suelo, aumentaba la capa de mierda y las palmeras de mierda que allí crecían eran cada vez más de mierda. Un circulo vicioso....Mirándote, me he acordado de la historia de la isla de mierda..
Haruki Murakami [Crónica del pajaro que da cuerda al mundo]

El reloj marcaba las 6 de la tarde de un día gris. Quizás, recorriendo la historia completa, nunca hubo un Domingo más gris que ese. Sin embargo, en un recóndito lugar que ya no existe, no había grises. Todo era negro absoluto. Era un día frió pero sobre todo, silencioso. El silencio lo cubría, lo asfixiaba, era total. Lo único que producía algún ruido ese Domingo era el tono del teléfono y el sonido que hacían sus teclas cuando marcaba su número. Pero una vez que la llamada era atendida, el silencio volvía a reinar en el lugar. Tal vez, con suerte y muy esporádicamente, se dejaba escuchar algún sonido, algo que parecía un suspiro, algo que se parecía a un “si”, a un “no”, pero principalmente lo único que se escuchaba era “no se”. Y una vez que eso era pronunciado, el silencio reaparecía. Y era todo un suceso y un logro al mismo tiempo, puesto que la mayoría de las llamadas no eran atendidas.

Darío no podía entenderlo. No sabía cuando había cesado la música, las palabras, los sonidos, dando lugar al infinito silencio que lo dominaba. O mejor dicho, si lo sabía. Sabía perfectamente cuando inició, donde e incluso sabia por que (o por quién). Pero no quería. No. No quería aceptarlo. Y tampoco quería aceptar el último recurso que quedaba, esa “solución” que venia pensando y procesando hacia días, incluso semanas y, pese a lo contradictorio, para el solo significaba muerte. Resignándose, terminó por hacer lo que venia haciendo últimamente: dejar todo para después. Ni lo imaginaba. No sabía lo que se venía. Una tormenta, “el caos definitivo”. Se metió en la cama, cerro los ojos y huyo a ese mundo, a ese paraíso donde la historia era muy diferente a como venia siéndolo en el mundo real. Y fue ahí, en ese momento, entre sueños, cuando lo deseó. Cuando deseó dormir para siempre…

[…]

El frío era de otro mundo. Helaba, y en mas de un sentido. Miró a su alrededor: una clásica escena solo vista en las más deprimentes películas. Allí todo era infelicidad, tristeza, muerte. Se sentía solo. Una vez más, se sentía completamente solo. Pero a unos metros de donde se encontraba, el panorama parecía ser diferente. O por lo menos eso reflejaba la estructura circular que se había formado ahí, a nada de distancia. Se escuchaban risas, se escuchaba una guitarra, se escuchaba algo parecido a la alegría. Pero que iba a saber Darío de todo eso. El estaba en un mundo aparte.

No obstante, en ese exacto momento cuando planeaba levantarse, dar media vuelta y escapar, alguien se acerco. Alguien se dio cuenta de todo y se acercó al cadáver. Pobre de el. Esa tarde, Darío lo abrumo con sus problemas, pero eso solo sirvió para aplastar a quien lo venia escuchando y sufriendo palabra a palabra. No ayudó en nada a resolver el rompecabezas. En su mente solo seguía girando una frase, una pregunta, un enigma: “¿por que?”. Una pregunta que no se podía responder en ese momento y que, por cierto, tampoco tendría respuesta horas mas tarde, cuando su desgracia se viera rodeada de paredes color salmón. Y no, aun hoy no tiene respuesta alguna.

[…]

Río de Janeiro. Estaba acompañado pero poco le importaba. La ira que sentía en ese momento era única. Y a la vez estaba anonadado. Hacia instantes había presenciado una escena que le desgarró el alma. Bueno, varias escenas, una peor que la otra, se desencadenaron aquel Domingo. Para muchos había sido un evento mas en sus vidas. Pero Darío recordaría este día por siempre..y no sería el único.

Caminaba rápido, mirando al frente. Por primera vez no quiso volver atrás. Estaba extasiado, lleno de enojo y de tristeza (propia y ajena). Por mas que lo intentaba no podía sacar de su cabeza esa imagen. Había sentido amor a primera vista, pero hasta ese entonces nunca había experimentado tanto odio repentino hacia alguien que ni conocía. Pero no era todo. Había otra imagen que jamás podría borrar de su mente: su cara. Esos ojos, que tantas veces lo habían penetrado hasta en sus mismos sueños, ahora despedían un brillo aun más fuerte, aunque no por las razones que cualquiera desearía. Había visto por primera vez…a lo innombrable.

Luego de horas de vagar por una ciudad devastada encontró refugio en un vehiculo totalmente verde, como el cielo que todo lo cubría y todo lo asfixiaba. Si hubiera sabido a donde se dirigía, o si hubiera previsto que le llegaría un mensaje tan inexplicable como confuso, bajarse de aquel transporte hubiera sido la mejor opción, sin duda alguna.

Minutos más tarde, Darío estaba parado en medio de un largo pasillo. Su demacrado rostro se reflejaba en las vidrieras que lo rodeaban. Y ahí sucedió. Ahí fue cuando una fuerza demencial lo arrastró a lo largo de aquel pasillo para luego darle lo que tanto ansiaba, lo que venia esperando hace meses.

El tiempo se detuvo por completo. Esos segundos fueron horas para Darío, horas hermosas por cierto. No le importaba nada: ni lo que había pasado esa tarde, ni lo que había acontecido meses atrás. No le importaba quien era, y mucho menos le importó rebajarse de esa manera. El iluso creyó que la vida le volvía al cuerpo, que resucitaba, que podía dejar todo atrás en ese mismo momento y ser feliz. Pero no le tomo mucho darse cuenta de que estaba equivocado. Al abrir los ojos y recorrer la galería con la vista se encontró con un pobre y cadavérico ser. Y al verlo a el y a todos los que allí estaban, todo lo que le preocupaba volvió para invadirlo nuevamente. Había vuelto a hacer lo mismo de siempre: escapar de la realidad, dejar todo para después. Y no había mas tiempo, quizás no habría un después. Así que no le quedo otra opción. Tuvo que decidirlo en ese momento. Decidir si valía la pena continuar con una pelea en las que llevaba todas las de perder, o continuar atado a algo incierto que le brindaba mas desdichas que otra cosa y esperar a que, de la nada, apareciera “la salvación”. Porque, en definitiva, ya no podía seguir escapando de la realidad. Era uno de esos días para Darío. Y era uno de esos momentos donde la respuesta se decanta por si sola. La mesa….estaba servida.

-CONTINUARÁ-

…(o no)


Writen and Posted by Roberto Fantini

Dedicated to Navarro

No hay comentarios:

Publicar un comentario