martes, 14 de agosto de 2012

Lo que nunca debió unirse


El sexo existe. No hay nada que hacer al respecto. El sexo no construye caminos,
no escribe novelas, y ciertamente no le da sentido a nada en la vida salvo a sí mismo.
Gore Vidal

El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas [...] Sin embargo las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado de sus cantos, aunque nunca de su silencio.
Franz Kafka [Das Schweigen der Sirenen]

The Dark Knight Rises - Review Movies

Basta con cerrar los ojos un instante, querido lector. La endeble muralla cognitiva que protege y permite el correcto funcionamiento de los sentidos caerá; y llegará, entonces, el momento de entregar cuerpo, alma y corazón - los que aún tienen la dicha de conservarlos - a ese abismo de negrura inconmensurable que son los recuerdos. Sin piedad, el tiempo se extenderá en todo plano posible, adoptando insospechadas formas, y levantará aquello que habíamos creído derrumbado para siempre. Inmersos en una detestable carrera en pos de conservar la cordura, no bastará con abrir los ojos; tristes resabios de humanidad quedaran a merced de las sombras de lo ominoso. Para escapar, habrá que ascender y trascender, habrá que trepar los muros del miedo, como un héroe que busca la luz de su propia justicia.

Basta con cerrar los ojos, para ser testigos de aquello que vivimos alguna vez: las primeras luces del despigmentado sol colándose entre los raquíticos árboles de aquella pequeña y helada isla de paredes blancas; el aberrante silencio, interrumpido únicamente por lánguidas voces y sublimes estallidos; un desquiciado payaso de traje púrpura declamando el caos definitivo; una sonrisa deslumbrante, inolvidable, proveniente de algún rincón del cielo, enviada a la Tierra no por Dios sino por el mismísimo Diablo; el calor inexpugnable en el regazo del ángel más hermoso de todos, y el color de una mañana de enero que fue, pero que al mismo tiempo nunca debió ser; caricias al alma y al corazón convertidas en puñales capaces de penetrar cualquier armadura. Desafortunadamente, no todos podemos ser un héroe...

Enfrascados en una vida que vale menos que la vecindad del Chavo, a la espera de las bondades que la bellísima y sensual muerte nos brindará, uno se pregunta: qué carajo ve Christopher Nolan cuando cierra los ojos? Intentaré esbozar alguna teoría al respecto aquí.

Películas mediocres y antojadizas; actores sobrevalorados, desamorados de sus personajes; público apático, sin un genuino sentido crítico. Inquebrantables reglas de un arte que abandonó su estadio de origen, para convertirse paulatinamente en un negocio frívolo y degenerado. Pálidas concepciones; absurdas iteraciones; el dinero por encima del sentimiento: amor u odio, no importa cuál; exceso de oferta en un mundo envuelto ya, en suficientes excesos. El cine, cercado por los beneficios, por las nuevas tecnologías, por la crisis de identidad de los pueblos y, sobre todo, por su propia demagogia. La resistencia es débil y, por momentos, ponzoñosa. De aquel abismo falto de luz, sin vacilaciones, un héroe emerge, asciende. Pero no se trata del héroe compasivo y servicial del imaginario infantil: es uno rebosante de malignidad y de astucia, uno que propone juegos perversos para desatar el caos que salve del caos a la industria. El ídolo hace estallar los pilares de resignación; extirpa las entrañas putrefactas. La resistencia se apoya en el esplendor de los caídos, y ofrece al espectador el cine de antaño, el que el vil metal se propuso enterrar. El arte vuelve a ser. Nolan cierra los ojos, y recuerda su propia epopeya.

Con una mano donde solía estar mi corazón (que descansa eternamente bajo las arenas desoladas de alguna costa mugrienta) no tenía la más puta idea cómo empezar esta reseña. La inspiración se hizo la distraída y fue prácticamente imposible concatenar frases decentes. Pero como sucede habitualmente en esta hermandad surcada por el odio al odio, la vaga incertidumbre da lugar a una locura deforme e incontrolable; que se materializa únicamente bajo el ala del dislate discursivo. Sentimientos casi humanos de grandilocuente expectación e inmensa tristeza colisionaron, finalmente, durante la noche del jueves 26 de julio. Así que no pidan imparcialidad; no esperen opiniones o argumentos sesudos, plausibles de un profundo e interesante debate; no proyecten conceptos políticamente correctos. Las palabras siempre son un impedimento para el verdadero sentir de los que mantenemos los ojos bien abiertos, temerosos de las entidades que nos acechan al borde de la existencia. Más que una crítica, esta reseña es un homenaje, necesariamente sentido y visceral, a este héroe llamado Christopher Nolan, y a su creación "inmortal e inmoral" (RF and ME dixit).

Fanáticos, detractores y cinéfilos en general especularon, en la misma insólita proporción, acerca del final (EPICO) de la trilogía del venoso encapotado. "Que aparece tal o cual". "Que muere este o aquel". "Que pasa esto o lo otro"... y un larguísimo etcétera, camino sin retorno hacia la mismísima nada. Por supuesto, determinados aspectos caían por su propio peso y, hasta para el más obtuso (pelotudo) de los mortales, eran una certeza. Aún así, la productora de la W y la B, temerosa de las bocazas que nunca faltan abrirse, hizo firmar un puto papel a los actores, quienes se comprometían a guardar un sacramental silencio sobre el desenlace (EPICO) de esta obra maestra. Obviamente, se les hizo bastante complicado escapar al (a veces) malintencionado interrogatorio de los medios llenos de miedo. En este orden, y gracias a un estudio realizado por distintas entidades de bien público - entre ellas, la Universidad de San Martín de Mierda (UNSAMdM) -, se estima que aproximadamente cincuenta y tres millones de personas hablaron al pedo durante estos cuatro años, dejando en claro que, aunque lejos de ser un acontecimiento fundamento para el devenir de la historia, la conclusión (EPICA) de Batman suscitaba la atención de la industria, como pocas veces. Desafortunadamente, el final (EPICO) del misterio dio paso a un horror indecible.

No es necesario apelar, en concreto, a los hechos de la madrugada del 20 de julio en un cine de Aurora, Colorado. El arrebato demencial del tipo con la máscara de gas, armado hasta las bolas, es ya conocido por todos. Si quieren detalles, búsquenlos en otro sitio (preferentemente en INFOBAE, una auténtica basofia), no en este blog :). Pero la desidia aquí planteada, no debe expiar los pecados de los responsables de esta tragedia de envergadura, que hirió a una sociedad indiferente y retrógrada en su punto más vulnerable. Mientras el autor material se enfrenta a un centenar de años de reclusión, los verdaderos cerebros detrás de los doce asesinatos y del pánico generalizado alrededor de TDKR (de Warner Bros. y DC Comics) están libres por ahí, detrás de un escritorio, planificando su próximo movimiento: estoy hablando, por supuesto, de los ejecutivos de altísimos sueldos de Disney (propietaria de Marvel). Lamentablemente, las pruebas recogidas por la policía - que apuntaban a un pago de la productora para niños al infeliz James Holmes (el loco de la mascara de gas) - fueron compradas por unos tipos vestidos de Mickey, el pato Donald, Goofy, el sapo Pepe, Shrek, Dr. Coloso, entre otra sarta de disfraces muy sugestivos y sugerentes (desubicados hay en todos lados). La corrupción vela por estos 'tributos', los arropa y alimenta durante los 'juegos del hambre', convirtiendo verdades imponentes en conjeturas bastante pueriles. El tiroteo, lejos de provocar una merma en la expectativa, fue comidilla de los morbosos de siempre, sin importar su ubicación geográfica, ávidos por "saborear" la furia genital de esta inolvidable cinta, cierre (EPICO) de la trilogía de Batman.

El embate de los recuerdos de aquella mañana de enero se detiene durante las casi tres horas que dura The Dark Knight Rises, pues resulta imposible cerrar los ojos, pestañear. El desafío constante de Nolan para con el espectador impide abandonar detalles, que harán, eventualmente, encajar la historia con perfección absoluta. A pesar de una excesiva introducción de personajes secundarios, el comienzo es vertiginoso, abismal; aquí es donde el villano empieza a atormentar al público, volteando un avión como si fuese un juguetito. La cavernosa voz de Bane y sus músculos inhumanos anticipan la tragedia, el final de una leyenda que dista de ser bella. Luego, todo se desarrolla con suavidad. La falsa y patética paz de Gotham City (NYC, por caso), propiciada por la Ley Dent, no necesita del encapotado, quien todavía carga con el asesinato del fiscal de las dos caras; ocho años han pasado desde el desmadre del Joker, por suerte ignorado durante toda la película (preferible el negacionismo al boludeo). La sospechosa aparición de Selina Kyle/Catwoman y el ataque a Jim Gordon (víctima de los mercenarios del rocoso) ponen a trabajar nuevamente a nuestro protagonista, que apenas se deja ver, con su pata coja y su barba marxista. TDKR toma vuelo a partir de allí, con la toma de rehenes de Wall Street y la persecución subsiguiente (que acaba con la emocionante aparición, por vez primera en el film, de Batman a bordo del inefable Batpod - la motito); y con el impactante y hasta intolerable derrumbe del estadio y los puentes que conectan a la ciudad con el exterior. Imágenes que quedarán en la retina de los amantes del verdadero cine: el cine de destrucción, moral y física. Lejos de ser una mole sin cerebro, Bane se despacha con discursos memorables, más cerca de un pensador, crítico de la modernidad, que de un tipo que busca la anarquía de la ciudad que se salvó ya dos veces de los hermanos Nolan. El guión tiene algunas imperfecciones mínimas, claro, como insuficiente ante tanto drama y acción, combinados en un cóctel de excepción. Las actuaciones hacen ebullición cuando el villano empieza a volar todo por el aire; un rasgo común de éstas, será la efusividad de sus expresiones, que toman un papel preponderante - a veces, por encima de las palabras -. Y el clímax de la batalla en las profundidades de GC, entre 'el bien y el mal', sin música, en crudo, resaltará la desesperación por vivir. Y más de uno querrá abandonar la sala...

El legado del hombre murciélago no se remonta a la confusión situacional, sino a su ascenso final: no habrá cárcel que pueda retener al héroe que decida trascender para olvidar el pasado. Entonces, el espectador se rinde ante el desquiciante griterío de los prisioneros y también brama, desde el fondo de su existencia. Sentado en su butaca, acaba echándole una mano a su ídolo; lo empuja, mientras entremezcla la realidad con la ficción, implícito objetivo del director inglés. Son la clase de cosas que los cinéfilos pelotudos, cuya sesgada y perfeccionista visión impide apreciar lo que sucede a su alrededor, nunca sentirán. El bestial enfrentamiento en las blancas calles de Nueva York... Gotham City, bajo el precioso manto del cielo grisáceo, entre policías y mercenarios, parece indicarnos el final de la gesta. Miramos el maldito reloj de verdes manecillas y sabemos que todo acabará pronto. Pero nunca imaginamos cómo. El desenlace es conmovedor; un poco previsible tal vez, pero acorde con una trilogía que hizo historia grande.

Las interpretaciones, muchas de ellas con antecedentes - buenos, regulares y malos - descansaban también en el limbo del misterio. Los focos apuntaban, sobre todo, hacia los villanos, con el maravilloso recuerdo de Heath Ledger y su perfecto Joker siempre presente. Una prueba de fuego que Nolan hizo sencilla, utilizando tres artilugios formidables. A saber: multiplicó los personajes secundarios y desarrolló sus historias de forma muy consistente; desenfocó a Batman y exaltó al hombre detrás de la máscara (aún más que en las entregas anteriores!); y dotó a Bane de una maldad aberrante, de una brutalidad inusitada, convirtiéndolo en otro héroe, en el gran rival del murciélago, y auténtico exponente del colapso de masas. La suprema humanidad del protagonista va de la mano con una actuación soberbia de Christian Bale, que brama, que sufre, que se sobrepone y asciende como si nunca hubiese existido otro Batman, pues este papel le pertenecerá de por vida. Pero su némesis en TDKR no es muy distinto. Una mirada fiera, una corpulencia desalmada y una voz que parece como salida de algún rincón ominoso de la sala, hacen de Bane un tipo glorioso que pone en seria duda los valores de la sociedad moderna y la atormenta hasta el quiebre. Tom Hardy, desconocido para muchos, enloquece con su postura, casi sin que se note que se trata de un viejo adicto al crack. Dentro de esa estructura, es Michael Cane, el mejor. Paternal y exquisito, maravilla cada intervención del mayordomo de eternas canas. La previsible solidez de Morgan Freeman (Fox) y Gary Oldman (Gordon) palidece ante la violenta hermosura de Anne Hathaway y la sensualidad de su personaje. Nadie daba ni un penique por la actriz que supo ser una princesita de Disney. Delicada, perturbada, con un corazón que bailotea entre la frivolidad de los malos y la ternura de los buenos, Selina Kyle es el perfecto complemente tanto para Batman como para Bane. Y la majestuosidad de Nolan empapa a los menos como Joseph Gordon-Levitt y Marion Cotillard, quienes sorprenden con sus actuaciones pero no con sus identidades.

La inviolable y dramática humanidad de los personajes va a caballo de impactantes escenas de acción, típicas del londinense. En todo hay espectacularidad si; pero jamás se resigna el toque artístico, que sorprende en Hollywood, donde la tecnología ha ganado la madre de las batallas. Cada detalle esta asquerosamente cuidado; con una banda sonora y una fotografía difíciles de superar (Hans Zimmer y Wally Pfister deberían retirarse, por el bien de la industria). Ya desde un punto vista muy personal (y personalista), sigo prefiriendo la efusividad eréctil y artera emotividad de The Dark Knight. Sabido es: aquel monumento que conjuga, como ningun otro, tristeza veraniega y angelical felicidad, continúa siendo mi película favorita, aunque hayan pasado más de siete meses desde la última vez que la vi. En esta secuela también hay vértigo y un profundo arraigo con la realidad que se vive. No quiere decir que dicho tópico no sea abordado en otros ámbitos ajenos al Séptimo Arte, pero es difícil que se presente con semejante verosimilitud en el fantástico género de superhéroes, acostumbrado a tener historias trilladísimas que emboban a los bobos. Me hago responsable de las opiniones aquí vertidas. 

Veamos:
Lo mejor: la música. La estridencia maravillosa del clamor de los condenados; la inefable marcha de los enemigos de la bondad humana; la contundencia de todos y cada uno de los instrumentos... Como si no hubiese tenido suficiente con el tendal de locura de TDK, Hans Zimmer convierte al fanático en una colegiala pervertida y sádica, mete la mano bajo la pollera, y le brinda un banquete multi-orgásmico que escapa a todo análisis. La magnificencia obra el milagro y se supera a sí misma. Quienes lo acusen de 'repetitivo' deben programar, con suma urgencia, una consulta al otorrino para extirparse el falo atravesado en el canal auditivo.
Lo peor: el único punto flaco es la absurda idea de cambiarle el nombre a New York y ponerle Gotham. Todavía más: fastidia el innecesario patriotismo y la pelotudísima simbología norteamericana. Vaya uno a saber qué estaba pensando Nolan.
Lo curioso: aunque muy lejos del histrionismo casi demencial del señor Marcos Esparcence - quien redujo las críticas a una sola palabra y tuvo la humildad de compartirla a sala llena; para él, mis felicitaciones -, la mitad de los espectadores mantuvo las nalgas atornilladas a la butaca; supongo a la espera de alguna escena extra, otro guiño. Muchachos, no fue suficiente el demoledor final? Quien escribe se borró una vez aparecieron los créditos, como huyendo de las sombras que bailotean sobre las tumbas del espantoso Village de Recoleta.

Christopher Nolan quizá no sea el arquetipo de héroe; de hecho, nadie le pidió que lo fuese. Sin embargo, su extraordinaria gesta - plasmada en celuloide por toda la eternidad - ha detenido el escandaloso avance del cine basura, presto a abrazar la perpetuidad. No salvó al Séptimo Arte desde la anti-estética bondad de los buenos valores; lo hizo desde la crudeza de un relato hiperrealista y, porqué no, sensacionalista. Para él, todo es horripilante, pero no insalvable. Humaniza, demoniza e idealiza, al unísono. Su visión del mundo moderno lejos está de la visión de un prodigio; pero basta y sobra para asestar un golpe determinante a los zánganos que hicieron, durante años, películas para entretener al público, y para estupidizarlo, claro. 'Nolan' es una marca que ha sabido vender bien sus productos (siempre con un empujoncito de Warner); sus obras son (y serán) veneradas rabiosamente por sus seguidores (me incluyo), no importa que se trate de una historia sobre superhéroes o sobre dislates oníricos. Ha dejado su huella (compró una Villavicencio de tapita verde, obvio), a la cual no puedo puntuar: no hay escala para hacerlo.

Este arte tan particular, después de todo, no es tan complicado. El espectador se sienta y, por algunas horas, se transporta a un mundo de magia que lo aliena por completo, rebajándolo exactamente al mismo nivel que la persona que tiene a su lado, sin importar si tiene alas o no. Al cerrar los ojos, tenemos la obligación de recordar. El ejercicio de la memoria no nos hace mejores o peores personas, como dicen los pseudo progresistas; apenas nos iguala. Dudo mucho que algunos podamos trascender, ascender, olvidar el pasado; pues a partir de allí se construye el futuro. Y cuando uno no desea que ese futuro llegue, solo le queda recordar por el mero hecho de hacerlo. Cada escena de The Dark Knight Rises formará parte de ese inmenso abismo que padecemos cada vez que cerramos los ojos, y se fundirán con las hermosas imágenes de una mañana de enero bajo los primeros rayos del despigmentado y ancho sol, cuando el caos vomitado por la pantalla de cristal pudo descansar sobre el cálido regazo del ángel. Al cerrar los ojos, Nolan recuerda su dantesca epopeya: la de unir aquello que nunca debió unirse.

DESHI DESHI BASARA BASARA!! DESHI DESHI BASARA BASARA!!

Written and Posted by Cesar de la Luz
Dedicated to Marcos Esparcence, Roberto Fantini and Charlotte Chantal