martes, 25 de mayo de 2010

Bicentenario by LHDZ

Cuando soñamos con ladrones y sentimos miedo, los ladrones son imaginarios, pero el miedo es real.
Salomon Sticker

El hombre debe basar su felicidad mediante el sufrimiento: es la ley de la vida
Fiódor Dostoievski


Una verdadera pérdida de tiempo...


No será un día más, aquel 25 de Mayo de hace dos siglos. Pero tampoco lo será el de 2010. Miles de personas agolpadas en la 9 de Julio; horas de música y desfiles de lo más dispares; espectáculos por doquier; un trafico de la concha de la lora; una mugre tremebunda; son parte del saldo del hasta ahora ‘exitoso’ festejo del Bicentenario. Insólito. Pero acaso saben los argentinos qué carajo se conmemora? Mejor dicho, se celebra lo qué realmente debe de celebrarse? Trataré de responder a estas dos preguntas, con la máxima precisión (y apatía) posible, por medio del siguiente relato de mierda. Así homenajeamos en el blog de Los Hijos de Zenki aquella eterna fecha:

Francisco y Catalina provenían de familias muy distinguidas. En su juventud, como solía suceder en el Estado de antaño, se convino su matrimonio. Sus vidas se desarrollaron con absoluta tranquilidad hasta el mes de Mayo del año 1810 (salvo por la “crisis de los sombreros”, en la que se tuvieron que quemar más de 76 bonetes por ser de color marrón caca – en 1806). Habían tenido visiones y sabían que algo muy importante sucedería (por esos tiempos la gente tenia visiones continuamente, como si de caminar se tratase). Catalina se daba cuenta de esto mucho más fácilmente que su esposo. Las visiones tampoco eran totales ni necesarias, motivo por el cual tal vez eran tan frecuentes en personas comunes y corrientes. La multitud era lejana, como la lejanía. Sin embargo, un débil murmullo provenía de las pastosas calles de tierra de mierda. Se gestaba algo.

El mes se extinguía, como la vida de una hormiga que camina por el medio de una avenida donde se lleva a cabo un desfile. Mientras tanto, Francisco se dedicaba a las únicas dos actividades que le garantizarían, a él y a su familia, benignos presente y futuro: la agricultura y el comercio. Digno descendiente de holandeses, sus padres cruzaron el Atlántico, en un “verdadero orgasmo de pésima planeación” (Kent Brockman dixit). Sin embargo la agitación y excitación en el Estado de antaño le impedían desarrollar su tarea exitosamente. Su aliciente era el saludo de todos los vecinos y porque no, de muchos forasteros. Las noticias corrían. La noche del día veintitrés, el matrimonio que llamaremos ‘S’ (de posición más baja que el de Francisco - pero no por eso menos feliz) tuvo el agrado de presentarles a su tercer hijo, Jeremías. Catalina no pudo conocerlo por estar en cama. Sin embargo, sabía que algo se estaba gestando.

Jeremías no correteaba, era apenas un bebe, pero sí lo hacían sus dos hermanos (cuyos nombres no pudieron ser registrados). Uno de ellos golpeó por accidente la ventana de la señora de la casa. Su padre lo apercibió delicada y cariñosamente. Hizo mal. Lo cierto es que el golpe pudo no haberse percibido, porque el clamor popular en las calles era una realidad, tan real como la irrealidad misma. Así transcurrieron los días veintitrés y veinticuatro del mes de Mayo en aquel Estado de antaño.

Entonces llegó la gran jornada. No hay que creer las historias que se cuentan: ese viernes veinticinco no era grisáceo, la gente no se cubría de la garúa. Ni siquiera era otoño. Por el contrario, el sol primaveral descuajaba la tierra. No es el único mito que aquí se derrumba. No eran cincuenta mil, los hombres y mujeres que circulaban por las calles, disfrutando de aquella mañana de mierda. Eran menos de siete mil. Menuda diferencia. Luego de una terrible pero esperanzadora madrugada, Francisco salió, como se había hecho costumbre en los últimos meses, a visitar al buen hombre de blanco, que en ese momento no vestía de blanco… como siempre. Nada era celeste todavía. Algunos aseguran que aquel color nunca apareció.

El enorme edificio, también blanco, frente a la plaza principal estaba listo para albergar un hito, que marcó un antes y un después. Sin embargo, desde aquella construcción solo podían divisarse una docena de pueblerinos. Una mierda. La preocupación invadió al hombre de blanco y a Francisco. Rápidamente regresaron a la casa de este último, quien guió a su visitante hasta su esposa. La plaza continuaba prácticamente vacía, pero algo se estaba gestando. Los rumores seguían llegando a la habitación de Catalina, que sabía que ese día finalmente ocurriría aquella vieja visión. Francisco tomaba la mano de su mujer. El matrimonio ‘S’, ya sin ninguno de sus tres engendros (del demonio), se hizo presente; a diferencia del celeste, que seguía sin aparecer. Pero otra ‘cosa’ estaba por salir. Había preocupación... A pesar de los esfuerzos del albo visitante y de Catalina, seguía resistiéndose. No había una multitud esperando a que saliera, como dicen las crónicas. Solo cuatro personas. Finalmente, tras una hora de cruentos enfrentamientos, el mundo de aquella familia cambió para siempre. Ya no hubo resistencia de parte de aquel pequeño, que había crecido durante nueve meses en el vientre de Catalina. El doctor sonrió, orgulloso de su tarea. También los visitantes. El nuevo miembro de la familia sería llamado Enrique, en honor a… bueno… digamos que en honor a Enrique. La plaza continuaba prácticamente vacía. El celeste solo se divisaba en el cielo de aquél Estado de antaño. Para la mayoría de los pueblerinos (mucho menos de siete mil) nada había cambiado; solo era un habitante más; solo era un nombre más para aprenderse. Aquello que estaba escrito en piedra se había cumplido. Y mierda que se había cumplido…

Así, el 25 de Mayo de 1810, nacía en el Estado de Kentucky de antaño (en el Condado de Henry para ser aún más precisos), Henry M. Vories, hijo de Francis Voorhees y Katherine Montfort, que se convertiría a la postre en ciudadano de grandes ideales, en esposo de Laura Amanda Cake, en padre de ocho niños y una niña; y sería elegido miembro de la Corte Suprema de Missouri en el año 1872, cargo que ejerció hasta su retiro por enfermedad, en 1876.


HENRY M. VORIES

El bicentenario del nacimiento de este célebre y a la vez desconocido hombre de leyes norteamericano motiva el homenaje que hoy realizamos. Las dos primeras preguntas han sido contestadas, y con creces: los argentinos celebran una gilada que, justamente, no debe ser celebrada por ser una gilada total. Pero, al mismo tiempo queda una duda que solo el lector podrá disipar: acaso creyeron que iba a hablar de otra cosa?


ARGENTINA HA MUERTO. EL MUNDO HA MUERTO. TODO HA MUERTO.


Written and Posted by Cesar de la Luz