jueves, 20 de noviembre de 2014

Nunca es suficiente

Cuando miraron atrás, hacia el valle y la distante granja de Gardner, contemplaron un horrible espectáculo. 
Toda la granja brillaba con el espantoso y desconocido color; árboles, edificaciones e incluso la hierba que no había sido transformada aún en quebradiza y gris. Las ramas estaban todas extendidas hacia el cielo, coronadas con lenguas de fuego,
y radiantes goterones del mismo monstruoso fuego ardían encima de la casa, del granero y de los cobertizos. Era una escena de una visión de Fuseli, y sobre todo el resto reinaba aquella borrachera de luminoso amorfismo, aquel extraño arco iris de misterioso veneno del pozo..., hirviendo, saltando, centelleando y burbujeando malignamente en su cósmico e irreconocible cromatismo.
The Colour Out Of Space [H.P. Lovecraft]

La Sorpresa de Lerner - Offtopic

Existe una corriente del pensamiento a la que adhieren ciertos individuos basada principalmente en la idea de que un autor, protagonista mayor de una historia (cualquiera sea), debe estar siempre a merced del que consume esa historia: debe entregar su obra, la intimidad de su mente, la grandiosidad de su alma, la acumulación de sus miedos - en resumidas cuentas, su vida - a una horda insana de innecesarias necesidades. Quienes tienen la dicha de crear a partir de la nada dejan de tener el poder sobre su creación. Los defensores de esta corriente argumentan, de forma muy vaga, que por encima de la persona y sus derechos se debe colocar a la humanidad y sus derechos. Y se apoyan sobre la innegable certeza de que quienes toman la difícil decisión de compartir su obra con el mundo, la ponen a consideración, por alguna insólita vía la colectivizan; a partir de ese momento, pasa a ser una presa fácil para la crítica. Incluso para nosotros es una verdad revelada y reveladora, de otra forma estaríamos negando nuestros orígenes (quien escribe no sería nada si no pudiese criticar las acciones y creaciones ajenas). Pero es de una chatura inefable criticar los caminos por los que aquella obra nos llega, las motivaciones que el autor ha tenido, o las herramientas que utiliza para tallar sus visiones y mostrarselas a la sociedad. Libertad de expresión, sí. Estupidez, no. 

Estoy ensayando una tímida defensa a Christopher Nolan por Interstellar. No he visto la película. No lo necesito. Pero me bastan un puñado de críticas, escencial y especialmente alrededor de la supuesta omnisciencia del director (y guionista), para afirmar que su último trabajo - el primero luego de la trilogía de Batman - es tristemente colosal, peligrosamente mastodóntico, inquietantemente hermoso y ominosamente goloso (DEJAME SOBREADJETIVAR TRANQUILO, LA CONCHA DE TU PUTA MADRE). Es perfecto. 

Parece una broma pero a Nolan, estos mismos tipos, le piden todo. Para ELLOS nunca es suficiente, como si vistiesen una remera a rayas horizontales azules y blancas y hubiesen descubierto su perverso, lujurioso y estúpido jueguito. Les ofrecen brillantes y valientes teorías (más o menos comprobables, es cierto) acerca de viajes a través del tiempo y del espacio, a través de lo indecible e indefinible, pero ELLOS quieren mierdas estereotipadas que hasta un tipo con un cucurucho en la frente podría predecir. Les ofrecen insuperables efectos, casi artesanales, precisos como un puto mecanismo de relojería, pero ELLOS quieren todo hecho por computadora, quieren caras increíblemente deformadas. Les ofrecen una distopía donde abunda la demencia loca del enemigo interior y, elevándose por encima de ella, una abrumadora esperanza. Pero ELLOS quieren un mundo envuelto en exagerados abusos de control y de poder, quieren garchas orwellianas, violencia innecesaria y antinatural, y quieren a los pendejos calentones, jugando a ser héroes. ELLOS quieren humor, quieren entretenerse, hacerse la paja también. Quieren las estupidas fantasías animadas de ayer y de hoy. Sin dudarlo, estos pensadores han pensado demasiado y su cerebro ha sido reemplazado por un termo que no mantiene la temperatura de las ideas. ELLOS nos quieren pelotudos, no quieren que pensemos. Yo lo que quiero es que me dejen en paz, que cierren el orto o se lo vayan a lavar con Odex. Lo que ELLOS realmente no pueden soportar es la omnisciencia del espectador; porque entonces ya nadie abrirá la sección de espectáculos el jueves, aguardando por la iluminación de tipos que no pueden ver la belleza del vasto horror cósmico de Nolan. Por suerte, hay individuos que siguen viendo aquello que no quieren que sea visto, que no le temen a la unión de aquello que nunca debió unirse pues saben que jamás volverá a unirse. 

El lector de siempre sabrá que aquí respetamos y ensalsamos la obra de Nolan y le perdonariamos cualquier desliz, incluso uno considerable (quizás Interstellar lo sea) pero nunca tendremos necesidad de pedirle todo pues él siempre se entregará: a su propia inmensidad, a su descollante inventiva, y no se venderá para satisfacer a aquellos que piensan demasiado en sí mismos. Para ELLOS no importa la distancia que separe a un artista de sus seres amados; no importan las noches sin sueño ni las incontables peleas. Solo quieren que el cuchillo recorra la piel del desgraciado de turno y cubra de sangre su maldito piso nuevo. Pero qué dirían si Nolan simplemente agarra sus cosas y se va? Ahi apreciarán todo lo que ha hecho. O no.

Por desgracia, no he podido ver Interstellar, no he podido llorar con su preciosidad, no he podido deleitarme con mis propios elogios, no he podido pensarla ni reseñarla como me hubiese gustado (ando corto de tiempo por los exámenes). Pero hay alguien que sí ha podido hacer todo aquello. Es aquí que pido permiso al querido Marcos Esparcence - amigo de la casa, vecino de la ciudad sin nombre, hombre de letras borroneadas por las formas del tiempo, incuestionable defensor del machete y eterno miembro de la mandarina alienada - para hacer uso de su valiente e inolvidable reseña sobre Interstellar, que espero dé un poco de entidad a mis palabras. Merecía nuestro colaborador estrella (que no tiene ni la más puta idea de que se convertirá en colaborador estrella de este blog) una introducción. Espero estar a la altura de la sorpresa. De Lerner. 

Interstellar - Review Movies

Fui el domingo a ver Interstellar, la nueva de Fernet Branca Nolan. La película es un caño; te reís, llorás como nena con Matthew McConaughey, los efectos visuales son para que te cortes los dedos después de chupártelos porque no merece suceder otra vez. La historia te mantiene agarradísimo al asiento con giros y giros.

En una semi entrevista a un científico posta, dijo que le gustó mucho y que aunque muchas de las cosas son tirando a la ciencia ficción (obviamente el género al que apunta la peli), otras cosas que pusieron son en realidad comprobadas.

Interstellar es un MUST SEE, especialmente por cankinianos y zenkianos (por igual), ya que la Ley Jamal (1.883-1.976 AP / After Panch) establece que todo zenkiano es cankiniano pero no todo cankiniano es zenkiano, por la relativa infinita soledad impuesta por el cosmos constante de la divina comedia (del ente)

13-2 Esparcence Chronicles

Autor: Marcos Esparcence 
Prólogo: Cesar de la Luz 
Dedicado a la memoria de Pepe Eliaschev

Aclaración: el término 'Sorpresa de Lerner' es propiedad y marca registrada de Carlos Guzmán. Queda penado su uso sin la debida autorización (no la pedí, después arreglamos)

miércoles, 1 de octubre de 2014

Las formas del tiempo

Era exactamente así. El fracaso, la derrota y la frustración teñían todo su ser,
como si lo hubieran sacado de una solución de tinta azul claro tras haberlo dejado un día
entero en remojo. Un hombre al que uno le daban ganas de meterlo en una caja de cristal y
dejarlo expuesto en el laboratorio de química de un colegio con una etiqueta que rezase:
«HOMBRE AL QUE, HAGA LO QUE HAGA, TODO LE SALE MAL».
Haruki Murakami [Dansu, dansu, dansu]

El hombre no tiene enemigo peor que él mismo.
Cicerón

I. El tiempo como refugio

Aquella mugrienta cafetería del barrio Imola - feudo de terroríficas bestias y de eternas noches líquidas - solía ser el último refugio ante el fracaso, la frontera sin ley de la desesperación; su forma fue testigo de la agonía de muchos, pero han sido tantos que ni siquiera es posible aseverar que no haya sido testigo de la agonía de todos. En sus pequeñas mesas de madera fueron concebidas ominosas historias, producto de mentes perturbadas, corrompidas en el origen, finalmente invadidas por la ciencia de lo absurdo, por lo absurdo de la ciencia. Este brevísimo relato - que encaja en la descripción anterior, para qué engañarse - bien podría haber tomado forma allí, a la par del célebre sonido de una antiquísima máquina de café, glorificada por el triste aroma a primavera de junio. Sus paredes, ridículamente decoradas con cuadros y vinilos, pequeñas almas de los gigantes del folklore local, hacían las veces de inmensas trincheras, barrera contra el caos de la guerra interior.

El dueño de este circo indómito era un hombre calvo, muy alto, de inteligentes ojos negros, quien por las mañanas se colocaba un delantal negro y atendía, con inusual desparpajo, a los clientes. Su único empleado ingresaba alrededor de las doce del mediodía; era un inquieto tipejo de pelo largo, obeso y mal oliente (una aberración), que disfrutaba comer los granos de café de la máquina (otra aberración). Entre los habitúes del lugar se decía que lo habían contratado por lástima (anteriormente se dedicaba a limpiar las calles, bajo las órdenes de una comisión vecinal de dudosa constitución; trabajo por el que recibía apenas unas putas monedas), pero el contraste a simple vista entre empleador y empleado omitía el rasgo insólito que compartían: ambos eran sordos y mudos.

Ubicada en una esquina cualquiera de la ciudad sin nombre, la cafetería siempre había gozado de buena reputación, sobre todo porque la decoración del lugar encontraba su complemento perfecto en la matemática perfecta de la música. Sin embargo, no dejaba mucho dinero últimamente. Aquí me detendré en el cambio que operó en las almas de Imola una inolvidable madrugada fatal de febrero. Aquellos crímenes le quitaron todo el encanto al barrio de calles de adoquines, abandonado por su propia gente, por las autoridades y, en última instancia, por las fuerzas de seguridad. Imola dejó de ser noticia por su belleza y por los acontecimientos culturales que maravillaron a toda la ciudad desde el inicio de los tiempos; dejó de ser una atracción turística y gen de la frivolidad anhelante. Tomó la forma de una tierra arrasada, de un desierto inconmensurable. En ese patético escenario, los comercios empezaron a agonizar, y varios optaron por bajar sus persianas. Quienes se mantuvieron firmes, sabían que no durarían. El dueño de la cafetería lo sabía.

En libertad, el tiempo toma la forma del caos y de la pena infinita; es incapaz de asimilar la comodidad, la burda hermandad con la derrota. Cae, entonces, la venganza sobre los complacientes; acaba el estadío de inacción y comienza a alimentarse de lo inenarrable para encerrarnos en su prisión de cristal. Con timidez, el hombre acaba otorgándole un rostro al tiempo, lo imagina cerca, lo hace descender (ascender) a su nivel, para perder el miedo y mantenerse sano. Con ciertas reservas, esto puede resultar beneficioso, incluso placentero. Pero a veces las formas son brutales.

El joven Carazc, en una pasmosa situación de aburrimiento, miró por la ventana que daba hacia la calle: la vista no tenía el menor atractivo, tan solo unos cuantos autos locos, una construcción medio abandonada y una iglesia derruida en la esquina opuesta. Claro que, para muchos, lo único importante en una cafetería acaba siendo el sabor de su café. Al pobre muchacho le bastaba con no tener delante una taza de agua sucia. Luego tomó una servilleta de papel y comenzó a jugar con ella, sin mayor intención que burlarse del tiempo. Mientras divagaba, no dejaba de pensar en que aquella cita había sido un error. Amaba a su hermana. Pero como no quería compartirla - puede aquí el lector imaginar miles de cosas y, lamentablemente, siempre tendrá razón -, Carazc terminó odiando todo lo que compitiese con el accidente de su amor. La brava tormenta del existencialismo caía sobre su cabeza. Se dio cuenta que quería escapar, estar del otro lado de la Puerta, así que emprendió la estoica retirada. Pagó la cuenta (apenas le alcanzaba) y procedió a escribir un mensaje en la servilleta.

La hermosa Barazc se había retirado al baño para pensarlo mejor. Amaba a su hermano, pero pensaba que era un completo infeliz, que no valía la pena detenerse en sus nimiedades. Acaso debería preocuparse más por su matrimonio, al borde del colapso por el carácter flamígero de su pareja (y, no lo aceptaría nunca pero, también el de ella). El baño era muy pequeño y mucho más sucio de lo que cualquiera imaginaría para sus proporciones. Mecánicamente se lavó las manos, tomó un pedazo de papel higiénico y se secó hasta rasparse las manos. Juntó un poco de coraje, se acomodó el cabello y salió al encuentro de Carazc, dispuesta a decirle que no quería volver a saber nada ni de él ni de sus malditos problemas.

II. El tiempo como violencia aberrante

Regresó Barazc a la mesa donde lo esperaba su hermano. No reparó en lo sencillo que fue su camino, como si no hubiese otras mesas para esquivar. No reparó en el brillo distante del ancho sol que estallaba en la cafetería, como si no hubiesen paredes o éstas fuesen transparentes. No reparó en el hombre que estaba sentado en el lugar de Carazc, ni en que era ésta la única persona en todo el local. Cuando la muchacha tomó asiento y prestó atención a los detalles, emitió un grito de sorpresa: frente a ella había un sujeto de unos cincuenta, quien era, obviando el color de cabello, las arrugas, y unas ropas bastante raras, idéntico a su hermano. Era un Carazc «de cincuenta», por así decirlo. Muy previsible, verdad? Siempre suceden esas cosas. El lector podrá adivinar también que el Carazc «de cincuenta» estaba ciego. Aparentemente, a la joven le sucedía lo mismo pues muy tarde se dio cuenta que estaba en una especie de caja de vidrio, suspendida en el cielo de la ciudad sin nombre, decorada solo con una mesa y un par de sillas del mismo material. Previsible, sin dudas. Tanto como la desesperación de Barazc por salir de allí. Comenzó a golpear las paredes de aquella cafetería tan particular, sin éxito. Mientras tanto, su hermano (ahora mayor) parecía muy tranquilo y hablaba sobre un loco vestido de negro y una escultura que habían salido en las noticias.

Rendida ante el poder de lo demencial, la muchacha se derrumbó en el piso de la prisión de cristal. Mientras una nube rebelde tapaba al ancho sol, y se mezclaba una paleta de grises en el lienzo celeste, tomó forma un sujeto al que los hermanos hubiesen preferido no conocer: el falso Mesías, el soberano de una tierra desconocida, el Arconte. Aquella forma del tiempo era tan inofensiva como devastadora: un tipo de rostro femenino, de cabello grisáceo y corto, cubierto por una extravagante túnica, del mismo color.

Las grandiosas vías de la comunicación humana se redujeron al triste sonido de los pasos del Arconte. De su hermosa túnica sacó un inmenso libraco verde de tapa dura (que debía pesar unos siete u ocho kilos), lo abrió y comenzó a leer. Su voz era tan aterradora como su silencio: violenta y llena de interrogantes. Al principio, parecía estar recitando un poema épico (a la vez, el Carazc «de cincuenta» seguía contando sobre un asesinato que había salido en las noticias). Para la muchacha, la parte más difícil era creer en todo lo que estaba sucediendo, no tanto hallar una explicación a lo absurdo. El Arconte se detuvo y esperó, impertérrito, a que el viejo se callara. Sin perder la calma, el soberano sacudió su brazo y golpeo al Carazc «de cincuenta» en el rostro. El golpe fue feroz y dejó al viejo tendido en el suelo, aparentemente inconciente.

Continuó leyendo el libro «por siempre verde», ahora en un perfecto castellano: "Allí, en las afueras de la celebérrima ciudad roja, donde el tiempo del universo toma la forma de nuestro tiempo, la prisión de cristal se alzará sobre la luna y dará la bienvenida a las almas viejas de los desgraciados".

III. El tiempo como luz distante de un cielo distante

No existía una explicación sensata para el abismal relato del Arconte, quien continuó describiendo ese remoto feudo, ajeno al hombre, ante una asustada Barazc. Prosiguió: "El juez eterno y soberano de esta tierra, el Arconte Preto-sal, salvará a uno y solo a uno de los caídos; éste deberá trascender al umbral de la imaginación y derribar con su dolor las columnas infinitas del templo. Quienes no reciban la gracia del Arconte, permanecerán en la prisión de cristal, receptando el odio de su propia existencia hasta el fin de todo. Este tomo antecede al tomo «de las Eras», que descansa en la ominosa Sevilla, en la tumba de…"

Súbitamente, la prisión de cristal comenzó a temblar y a quebrarse. El Arconte perdió el equilibrio y dejó caer el libro, perplejo ante los hechos; Barazc, vencida por la desesperación, se aferró a la mesa. Ambos repararon en el viejo, que seguía tendido en el suelo, y sostenía ahora una servilleta de papel con una mano y un bolígrafo con la otra: el Carazc «de cincuenta» estaba borrando el mensaje del joven Carazc. La prisión perdió su forma, se rompió, y los tres comenzaron a caer desde una descomunal altura. Mientras le llegaba su hora, la muchacha pudo apreciar el cielo, siempre tan detestable, y a su astro más gordo, que brillaba como una luz distante. Barazc cerró sus ojos, pensó en su hermano, quien la había librado del juez eterno pero la había condenado, y al abrirlos, ya no se sintió caer. El umbral de su imaginación volvió a tomar la forma de la cafetería, y allí estaba el joven Carazc, radiante, esperándola con un café recién pedido. El dueño del local sonreía, cómplice, a sabiendas que pronto no habría más historias en aquella horrenda cafetería del barrio Imola.

Con este relato no busco la atención de los supersticiosos, quienes caminan con orgullo por la vida, cargando su pesado desconocimiento de los axiomas de la sensatez. Mucho menos busco conmover al lector escéptico, bien pensante y reflexivo, quien bajo ningún concepto permitirá asombrarse; apenas encontrará todo muy gracioso y podría utilizarlo como evidencia para enviarme a un asilo menta (o me comprará un gatito). Yo mismo he tenido la posibilidad de experimentar aquel sentimiento de superioridad intelectual, y mantenerme ajeno a la locura demencial, hasta que por azar (quisiera creer) tropecé con los protagonistas en cuestión en la siniestra esquina. Me permitieron - con sus debidas reservas - ojear el inmenso tomo verde de tapa dura que el soberano de una tierra desconocida perdió en este tiempo, cuyo contenido pido a dios (si existe), permanezca oculto en la oscuridad más profunda, para evitar que tome la forma más brutal de todas.


Autor: Cesar de la Luz
Dibujo: Juanita Frijoles

miércoles, 4 de junio de 2014

Entrevista exclusiva a Martina Stoessel: “Me gusta calentar a los papis"

El monstruo escapa a toda posible descripción. No existe un lenguaje adecuado 
para ese infinito horror inolvidable, aberrante negación de toda la legalidad de la materia,
 la fuerza y el cosmos. Era como una montaña caminando. Dios mío!
H.P. Lovecraft [The Call Of Cthulhu]

El periodismo es una inmensa catapulta puesta en movimiento por pequeños odios.
Honoré de Balzac

En defensa propia - Offtopic‏

A cuántas niñas les ha cambiado la vida? Cuántas han visto derrumbarse la vetusta estructura que albergaba su concepción de la vida y erigirse, en su lugar, un templo de magnificente estupidez? Cuántas se han congregado alrededor de su música y devorado hasta la última de sus palabras, con demencia loca, luego de peregrinar por los jardines de la mentira? Y cuántas sueñan con ser como ella, un ser de dudosa y ominosa valía? No lo sabemos. No nos importa. Por qué? Porque las mayores atrocidades de la historia de la humanidad fueron perpetradas en pos de la insondable entidad que nos da de comer, nos educa y nos cura: el dinero. Esta inmensa tragedia moderna (para padres y adultos en general) es una consecuencia lógica del afán macabro de empresarios desalmados, simiescos, por taparse con sábanas hechas de dólares. Es, nuestra protagonista, tal y como lo fueron otros y otras, un típico producto de corporaciones que buscan maximizar sus beneficios en detrimento de los trabajadores, indefensos ante los desesperados pedidos de sus pequeñas hijas, que sueñan con ser como ella. Así es: la papela le permite a la tal Tini Stoessel, existir, ser.

Como todo fenómeno inexpugnable de masas, requiere de alguna base explicativa; aquí trataremos de descuajarlo y volver a transmutarlo, con muy poca rigurosidad, claro. Tras una escueta investigación – reducida a la lectura de un par de ligeras notas periodísticas y cinco minutos de la serie en cuestión (no aguantamos más que eso) – tendemos a creer que el mundo se fue a la concha de su puta madre y es por eso que una locura demencial como Violetta se convirtió en un éxito monstruoso. No es descabellado suponer que se presentó como el único producto que no desperdigaba los valores horrendos y prostibularios de estos tiempos (en comparación). Puede que la masa - la que te despedaza - haya sido conquistada por la extravagante idiotez de la jovencita, que nos recuerda a la tarada de Patito Feo. Por supuesto, deberíamos ahondar sobre un tema fundamental para la delirante causa nacional y popular: el rol de los medios de comunicación, el incesante bombardeo de productos de todo tipo y factor con la cara (de pelotuda) de Martina Stoessel. Probablemente, ante semejante insistencia por parte de las vilipendiadas propaladoras (con el dantesco imperio Disney a la cabeza), hasta nosotros bien pudimos vernos atraídos por tales tópicos. No suena a delirio pues los protagonistas de la tira juvenil no tienen el carisma de otros, la cuestión amorosa es escabrosa, y la antagonista no es más que otra zorra despreciable que ni siquiera puede ser despreciada en su carácter de zorra. Por último, la teoría que abona quien escribe estas líneas, es que los padres y madres han decidido que a sus hijas debe gustarles esta porquería, es por eso que despilfarran una montaña de dinero en artículos de Violetta, tal y como lo hacían en tiempos mucho más mozos (sin la rampante devaluación) de Casi Ángeles, Bandana, Chiquititas, etc.

Esta teorización poco seria, pierde la poca seriedad que tiene cuando responde a la penosa necesidad de apelar a la joven más amada por las niñas para levantar este sitio que hubo de internarse, primero, en las sombras de lo ominoso, luego devorado por la bestia de la bestia, y más tarde rescatado de la ignominia por la misma desgracia que lo había hecho desaparecer.

El lector de toda la vida se preguntará cómo mierda podrían tres hombres blancos, unidos por el inmenso y triste poder de la locura, peligrosamente cerca del alcoholismo, fanáticos de la sobre-adjetivación, retrógrados desde la creación, entender este fenómeno que nos explotó en las manos durante el mes de mayo. La respuesta no debería sorprender: nunca lo vamos a entender, somos unos viejos chotos. Pero sí nos parecía muy útil conocer y comprender al ente que despierta a esas incomprendidas bestias amorfas que descuajan al maldito barrio de Palermo y excitan a las mafias ambulantes del mundo ambulante. Recién declarada Embajadora cultural por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (si, embajadora, para morirse), millonaria a partir de su infame personaje (si, millonaria, para morirse), escritora (si, escritora, para morirse), era el momento propicio para que Martina iluminase a sus peregrinos con la palabra. Pero nos ganaron de mano los tanques editoriales (Gente, Caras, Hola, y todas esas huevadas que leemos cuando tenemos dos minutos al pedo pero que luego de otros dos minutos olvidamos para siempre). El bache en el sistema que nos permitió acceder a la nota es algo intrincado y requiere de bastante imaginación. Francisco (si, Francisco, para morirse), hermano de Tini, sacó un crédito personal en el Banco Supervielle para poder comprar una foto que, eventualmente, lo sometería al escarnio público y destruiría a toda la puta familia feliz. El querido Roberto F. descubrió este recoveco por mandato del azar, obtuvo el número telefónico de Pancho y lo intimó a cancelar todas las cuotas del crédito antes del día 28/5 (adujo cuestiones operativas de la entidad, una boludez). Como todo familiar de celebridad, el muchacho cree tener la llave para solucionar todos sus problemas: ‘cómo podemos arreglarlo?’. Muy a pesar de su intercesión, la última palabra siempre sería del padre de la criatura, Alejandro Stoessel, otrora productor de Tinelli. Al viejo hubo que pagarle putas, alcohol y merca para convencerlo; todo corrió a cuenta del mismo Francisco (cualquier similitud en el artilugio discursivo, con otro utilizado anteriormente en este blog, se debe a la falta de inspiración, sepa disculpar).

Tras una épica pero escandalosa reunión final entre los entrevistadores (nosotros) y el representante de Tini (su padre), en la que se nos advirtió una docena de veces que no podíamos hacerle preguntas de índole sexual a la joven de ‘apenas’ 17 años (cuestión que causó un importante enfrentamiento dentro de la hermandad), fuimos autorizados para realizar la nota, más precisamente, en los estudios donde se graba ‘Violetta’. Aquí la entrevista completa que nos concedió Martina Stoessel:

LHDZ: Hola, Martina, cómo estás?
MS: Hola chicos, todo bien.
LHDZ: Te dijeron alguna vez que sos una pelotuda?
MS: Qué cosa?

Todo acabó en tragedia, en fuego infinito, en caos desbordante y devorador. Alejandro Stoessel salió disparado de su asiento de cuero hecho de boa y comenzó a increparnos. Nada agradable salió de su boca, más bien parecía molesto. Una actitud extraña si tenemos en cuenta que no hubo ninguna pregunta en clave sexual (creíamos que, salvo aquello, podía preguntarse cualquier cosa). La expresión de su hija vendría a encuadrarse entre el asombro soporífero y la indiferencia más rancia, sinceramente no nos importaba: priorizamos nuestros valores democráticos, republicanos, de plena libertad de expresión, sin importar las heridas. Recibimos, de parte del equipo ‘tinista’, maltratos de diversa índole, merecedores de acciones judiciales. Sin embargo nuestro temple ha sido siempre envidiable y solo contestamos con una sarta de puteadas realmente muy graciosas, que pudieron ser escuchadas por los horripilantes actores de cuna europea que forman parte del bodrio que ahí se filma.

Una situación, también hilarante, se produjo al abandonar el set de grabación de ‘Violetta’, tras la fallida nota con su protagonista. Tuvimos la dicha de cruzarnos con el celebérrimo Juan Pedro Lanzani, novio de Martina, antigua gloria juvenil (es factible que ya nadie recuerde a los Teen Angels), hoy mediocre actor de una serie para adolescentes anormales de ribetes pornográficos (Aliados). Nos saludo cordialmente y recordó (de inmediato) las peripecias de la entrevista que le hicimos hace ya TRES larguísimos años. Por supuesto que el muchacho se llenó de plata vendiéndole drogas a los pibes en su momento; y como no podía ser de otra forma, hoy sale con la figura máxima para poder seguir en el negocio (de la droga). Tuvo la amabilidad de regalarnos unos pines que decían ‘NO bullying’... Momento aciago para la raza humana. Este flagelo de los famosos abrazando cualquier causa, sin importar si saben de qué mierda hablan, nos condena a ser un país tercermundista hasta que se acaben los tiempos.

Somos indiferentes ante el desafío de Martina Stoessel por convertirse en una estrella con un brillo exento de toda la parafernalia desquiciante de Disney. Los arreglos por izquierda con el régimen peroncho del baboso ingeniero Macri, el desconocimiento de los contratos firmados con la multinacional por parte de su padre y representante, la batalla entre su deseo de trascender a las fronteras de la enfermedad y el deseo de los infantes que la quieren ver siempre como ejemplo de castidad, son todos temas mucho más interesantes, pero que no merecen mayor desarrollo. Huelga decirlo, Tini ha vendido tickets en ciudades que la mayoría de nosotros jamás conoceremos, ha movilizado a cientos de miles de pequeñas hacia la estatua ecuestre de Avenida del Libertador y Sarmiento, ha publicado un libro que seguro será best-seller. Pero Tini jamás tendrá éxito en la empresa más difícil de todas: masividad y calidad, y ofrecerle al público adulto, que acompaña a las niñas, algo que no le produzca ganas de vomitar.

Imagino ya los epítetos que nos serán concedidos: “envidiosos del orto”, “no entienden nada”, “no los conoce nadie”, “se hacen los graciosos y no les sale”, “Tini hace lo que le gusta, tiene millones, y ustedes tienen un laburo de mierda donde les pagan dos pesos”, “es joven y hermosa y la gente la ama y a ustedes no los quiere nadie, forros”, “si no les gusta por qué hablan de ella?”. Y así, ad-infinitum. Aquellos que no comprenden que esta no es más que una descarnada opinión sobre la calidad de los hábitos de consumo de una sustancial proporción de la sociedad (los infantes), les recuerdo que esta es, efectivamente, una puta opinión sobre la calidad… etc. Sostenemos, desde un ámbito oscuro y deleznable (poco adulto, hay que reconocerlo), que todo el universo creado alrededor de esta piba, descrito en esta reseña de manera más bien libre, es una inmensa garcha. Imaginamos que a muchos padres, amorosos con seguridad, les resulta aún más repugnante que a nosotros. No nos importa.

DIOOOOOOS HAA MUEEERTEEOOO. E YO LE VEE MOREEEEEEER!!!

Violetta by JF.

Idea: Roberto Fantini, Carlos Guzmán y Cesar de la Luz
Autor: Cesar de la Luz. Dibujo: Juanita Frijoles
Dedicado a Pancho Bergoglio

Aclaración: nos vemos en la obligación de especificar que el texto que antecede a estas palabras carece de toda veracidad. No sea pelotudo y no nos acuse de difamar a nadie. LHDZ.