miércoles, 21 de enero de 2015

A esto hemos llegado*

El periodismo consiste esencialmente en decir "lord Jones ha muerto" a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo.
Gilbert Keith Chesterton

Algo que puede ir mal, irá mal en el peor momento posible.
Ley de Finagle sobre la Negatividad Dinámica

La muerte de Nisman – Offtopic

Un desolador estruendo, casi un cañonazo desde las montañas de la locura, acabó con una hermosa travesía por el vasto océano onírico; se detuvo así el poder de la metástasis que se propaga por las distintas construcciones del inconciente. Aquel espantoso trueno estival sustituyó las interminables alarmas, y abrió las puertas a un mundo aterrador. Mientras los sueños líquidos trastocaban el presente y unían para siempre los cuerpos del futuro, llegaba hasta los dominios del hombre una de las noticias más impactantes de la historia moderna del país. Sería incorrecto afirmar que el interés y el pavor generalizado de la sociedad argentina -que considera importantes solo algunos hechos, con una extraña regla para medirlos; que pasa por alto las señales y atiende únicamente a los resultados, nunca jamás al desarrollo- se deba a la aparición sin vida del ya célebre fiscal Alberto Nisman en el baño de su departamento de Puerto Madero. Lo que ha propiciado el miedo y la preocupación de los ciudadanos es la indefensión de su propia conciencia errante: saben que ha ocurrido algo muy malo, pero no saben qué hacer. Y guardan la oscura sospecha que todo lo malo volverá a ocurrir.

Los acontecimientos de la última semana son de una gravedad institucional inmensurable. Y nadie estaba preparado. El Estado nacional no ha sabido o, muchísimo peor, no ha querido cuidar a uno de los funcionarios que investigaba la causa emblema de la impunidad en Argentina: el ataque terrorista a la AMIA en julio de 1994. El mismo fiscal imputó a la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, por el presunto encubrimiento de los principales sospechosos de perpetrar el atentado. Y el tipo ahora está muerto. Las consecuencias son tan temibles como la certeza del sello mafioso en la desaparición física de Nisman. Más allá de la existencia y/o veracidad de las pruebas que tenía en su poder el fiscal, más allá su burdo oportunismo, y del ataque de los funcionarios oficialistas hacia su persona, no se puede concebir que aparezca con un balazo en la cabeza a poco de lanzar una acusación como aquella. El temor de quienes estamos convencidos de la naturaleza criminal de este gobierno, desde el principio de la gestión, se acrecienta cuando nos toca marchar solos, cuando la sociedad nos hace quedar en ridículo por golpear cacerolas o levantar carteles, cuando somos descalificados por sujetos impresentables a quienes debería darles vergüenza estar vivos, cuando nos damos cuenta que el resto no abrirá los ojos jamás. Las ansias por conocer la verdad sobre la muerte de un fiscal que acechaba al poder político durará poco. Siempre sucede lo mismo. Por eso estamos abatidos.

Pero no es todo negativo, pues ha comenzado ese juego al que estamos tan habituados en este país: hombres y mujeres pretendiendo ser analistas políticos, detectives, psicólogos, forenses, expertos en balística y fiscales, opinando en todo plano existente, atendiendo a un hombre que hasta hace una semana era completamente desconocido. Como si las malditas ofrendas de niñas muertas, violadas, embolsadas, arrojadas a un contenedor o a un río, no hubiesen sido suficientes. Como si no hubiesen casos sin resolver. Como si la justicia fuese eminentemente justa.

Hay demasiadas consideraciones, que no tienen su origen en el aparente suicidio de Nisman, ni acaban en su triste decisión. Lo que urge es aclarar el hecho que tuvo lugar en la tarde del domingo 18 en el piso 13 de una de las torres Le Parc y detener la avalancha de especulaciones detrás de la muerte. Claro que la factura política más onerosa seguirá estando en manos de la emperatriz. El día lunes, el fiscal especial de la causa AMIA iba a comparecer ante la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados. Detrás de su investigación se cocinaban la feroz interna de los servicios de inteligencia y una vergonzosa guerra entre los únicos dos poderes de hecho en la Argentina: el Ejecutivo y el Judicial. Todo esto sazonado con la crisis energética y con los intereses del régimen teocrático de Irán y sus estrafalarios fanáticos locales. Una receta para el desastre que ha dejado a la sociedad, una vez más, en el medio de una guerra de mafias, y a la espera de una respuesta de los gobernantes. Una respuesta que nunca llegará.

Siguiendo el juego que tanto gusta, se podrían plantear algunas teorías acerca de la muerte de Nisman. Las teorías puras serían cinco: 1) que el fiscal se mató porque no podía probar su acusación en el Congreso (una pelotudez insostenible); 2) que se mató porque estaba loco; 3) que lo mandaron a matar los iraníes para que se caiga de una vez y para siempre la pista que los involucraba; 4) que la amenaza de una nueva causa contra Cristina obligara al gobierno a actuar en consecuencia; y 5) que lo mató el sector saliente de la Secretaría de Inteligencia, buscando perjudicar a la Presidente y vengarse así por el abrupto descabezamiento. Están también las teorías combinadas: suicidio inducido, ya sea por los iraníes, por el gobierno, por los espías, o por todos juntos luego de memorizarse las tapas de Clarín de la última semana. Más allá de lo que determine la justicia sobre el caso, lo tristemente cierto es que nadie va a creer en la hipótesis del suicidio: es mucho más interesante pensar en una oscura trama que involucre a todos estos actores, y es, al mismo tiempo, muy sencillo desconfiar de todo lo que rodea al kirchnerismo. Es el mismo gobierno que limpió en pocos días a un procurador, a un juez y a un fiscal para proteger los groseros negocios del vicepresidente. Es el mismo gobierno que dijo que Cristina tenía cáncer. Es el mismo gobierno que colocó a un talibán insano en la procuraduría para enterrar todas las causas que involucrasen a funcionarios y/o familiares de esos funcionarios. Es el mismo gobierno que intentó salvaguardar a un empresario amigo acusando a dos pendejos forros, y ensuciando luego a un fiscal honesto. Es el mismo gobierno que compró y cerró medios para tapar la realidad. Es el mismo gobierno que cambia las reglas de juego electorales a gusto e piacere. Es el mismo gobierno que envía todas las mañanas a un payaso a hacer unos cuantos chistes y defender lo indefendible. Es el mismo gobierno que niega la pobreza, la desocupación y la inseguridad, alegando que son operaciones de guerreros multimediáticos que buscan tapar las buenas noticias. Es el mismo gobierno que falsea las estadísticas públicas y trastoca las políticas económicas hasta la ruina. Es el mismo gobierno que coloca empleados públicos afines y desplaza a los idóneos. Es el mismo gobierno al que se le pierden, se le queman o se le mojan, accidentalmente, expedientes comprometedores. Es el mismo gobierno que utiliza los servicios de inteligencia para perseguir y apretar a opositores y periodistas no alineados. Es el mismo gobierno que alaba regímenes totalitarios y se fotografía con dictadores, al tiempo que despotrica contra todo aquello que no sea nuestroamericano. El gobierno que ha llevado adelante todas estas empresas pretende que creamos su versión, la teoría número uno: que Nisman se suicidó porque no podía probar la imputación. Muy gracioso.

Mientras tanto, el país sigue transitando por el camino de la impunidad.

AMIA. 21 años de nada. El juez Juan José Galeano embarró la causa del atentado a la mutual judía durante una década. Fue destituido por el Consejo de la Magistratura y reemplazado por Rodolfo Canicoba Corral; mientras la causa por las evidentes irregularidades en la investigación quedó a cargo de Ariel Lijo. El irresponsablemente santo, Néstor Kirchner, creo en 2004 la UFI-AMIA, una fiscalía ad hoc con presupuesto infinito, dependiente de la Procuración, y se la entregó a Alberto Nisman. Era, en aquel entonces, un mimado del matrimonio santacruceño. Esta fiscalía especial comenzó a trabajar la pista iraní, sin demasiadas pruebas pero con la inefable contribución de la SIDE. Antonio “Jaime” Stiusso, director de operaciones del organismo, era quien llevaba adelante la causa en las sombras de lo ominoso. La cercanía de Nisman con el espía y con los servicios era innegable. Pero la crisis energética durante el comienzo del segundo mandato de Cristina obligó al gobierno nacional a una pirueta insólita, desquiciante, inesperada. Con fines comerciales (obtener petróleo a cambio de granos) negoció un pacto con Irán para librar de toda culpa y cargo a los sospechosos del atentado hasta ese momento. El régimen teocrático exigía el levantamiento de las alertas rojas que pesaban sobre los acusados. Nisman, que conocía perfectamente el pacto por obra y gracia del querido Pepe Eliaschev y debería haber sospechado maniobras ilícitas, no se opuso de forma abierta al memorándum de entendimiento. Se buscaba la cooperación de negacionistas y antisemitas para resolver el ataque a un blanco judío en Argentina. La mayoría oficialista en el Congreso aprobó este dislate, sin importar el repudio del mundo entero (excepto de INTERPOL). El Presidente de la República Islámica de Irán, Mahmud Ahmadineyad festejó antes de tiempo: pretendía utilizar el entendimiento en el frente interno. Pero falló. Al final Teherán desistió de firmar el acuerdo. Y no hubo petróleo. Y no se levantaron las alertas rojas. El atentado a la AMIA no quedaría impune. O sí.

Allí comenzó el juego de espías que acabó este domingo con la muerte del fiscal especial. Los mismos servicios de inteligencia de los que Cristina se sirvió para montar causas contra opositores, se volvieron en su contra. Nisman se sirvió de Stiusso y de la especialidad de la casa (teléfonos pinchados, mails y cualquier cosa parecida) para implicar a la Presidenta en un nuevo encubrimiento, esta vez de la pista iraní (ya Nisman lo había hecho contra Menem por encubrir la pista siria). El juez Canicoba Corral dejó claro que la única autorización pesaba sobre la intervención de cuatro teléfonos, todos del nexo entre Irán y Argentina, Jorge Khalil. Ninguno más. Posiblemente las pruebas de Nisman para acusar a CFK tuvieran un origen un tanto más sórdido. En diciembre último, la emperatriz se enteró del pedido que se venía y decidió desplazar a Héctor Icazuriaga y a Francisco Larcher, las cabezas de la Secretaría de Inteligencia, y colocar a su “mayordomo” Oscar Parrilli y a Juan Martín Mena (conocedor de la causa AMIA y aparente promotor del acuerdo con Irán). Nisman regresó anticipadamente de su viaje por Europa para finalizar con el escrito que dio a conocer al universo todo el miércoles 14 de enero. Desfiló por todos los canales de televisión y habló con todas las radios explicando lo que se podía explicar. Parecía aferrarse a la fiscalía especial y efectuar, al mismo tiempo, la venganza de Stiusso. El gobierno que lo amaba, ahora lo odiaba. La sociedad que no lo conocía, ahora lo escuchaba.

El ominoso camino se recorría mientras el Ejecutivo insistía en copar el Poder Judicial, con la Procuradora General Alejandra Gils Carbó como ariete. Jueces y fiscales -Nisman entre ellos- que callaron durante una década y avanzaron en las causas de corrupción a paso de tortuga, recordaron de pronto cómo hacer su trabajo, e invadieron los Tribunales. Ahora necesitaban acusar a Cristina de todo lo que habían omitido. La sociedad no puede perdonar este oportunismo feroz. Los eternos defensores de la libertad de expresión y de los derechos humanos salieron a destrozar al fiscal, incluso con la curiosa contribución de Ronald Noble, antiguo secretario general de INTERPOL. Según el moreno, Nisman mentía en cuanto al pedido de levantamiento de las alertas rojas por parte del canciller Héctor Timerman. Algo irrelevante por cierto, pues el acuerdo con Irán nunca se firmó, por lo tanto no había necesidad de semejante pedido, incendiario a todas luces. En un reportaje por correo electrónico con Página 12, Noble afirmó que INTERPOL consideraba al memorándum como un “paso adelante en el esclarecimiento” del atentado. Uno se pregunta cómo mierda es posible que la horda oficialista se valga de la opinión de un agente del Águila -que supuestamente está detrás de todo lo malo que le sucede al país, basta recordar la frase de CFK “si me pasa algo, que nadie mire hacia el Oriente, miren hacia el Norte”- para contraatacar. Le dan la razón a un yanqui. Más pelotudos no pueden ser. Cuando conviene, les importa lo que piensa el mundo, que se nos ha caído tanto encima que ya nos dejó como una tapa para empanada. El oficialismo intentó derribar otro argumento de Nisman, el de los arreglos comerciales con Irán, alegando que la cuenta corriente no se había modificado. Es lógico si tenemos en cuanta que el memorándum nunca se firmó. Finalmente apelaron a lo habitual, a eso que nos llena el corazón: que todo era un operativo de oscuras agencias conspirativas y desestabilizadoras; que era una embestida del poder económico concentrado en complicidad con la corporación mediático-judicial, en un desesperado intento por frenar el proceso de transformaciones profundas iniciado en 2003; que Nisman era un agente de la CIA, y todas las huevadas de siempre. Al fiscal le dieron una importante mano tanto Lijo (de vacaciones) como Servini de Cubría (la jueza que lo subrogaba): ninguno consideró suficientes las pruebas contra CFK y compañía y no habilitaron la feria. Tampoco fue bien tratado por Canicoba Corral que lo desautorizó y hasta amenazó con apartarlo del cargo. Lo dejaron prácticamente solo. El lunes 19 debía defender ante el Congreso las pruebas que tenía en sus manos, incluidos los nombres de los espías involucrados. Legisladores oficialistas y opositores se engarzaron por el carácter de la exposición: el bloque K pretendía que fuese pública (ofrecieron incluso la cadena nacional, propiedad exclusiva de la emperatriz), mientras que los opositores querían los nombres de los agentes, por lo que necesitaban una reunión reservada (con el fin de no violar la Ley de Inteligencia Nacional ni poner en riesgo la investigación). Sorpresivamente al gobierno le interesaba que la gente supiese todo y le huía al oscurantismo. Ya era demasiado tarde. El circo estaba preparado para otra función histórica.

Pero Nisman no pudo ir al Congreso. Apareció muerto la noche anterior.

Ya todos conocen lo que sucedió después. El silencio presidencial y los raquíticos testimonios de funcionarios, la sobreactuación de los presidenciables, el repentino interés de la ciudadanía por la actualidad política, la irresponsabilidad de algunos periodistas que tildaron de irresponsables a los que sí salieron a hablar y nada dijeron sobre la TV Pública y su receta de “tortas fritas para los días lluviosos”. Así podríamos seguir toda la noche, toda la vida. Lo último es remarcar el comportamiento del gobierno ante cada evento de suma importancia para la Nación. Están empecinados en demostrar lo perversos e ineficaces que son, en hacer los papelones más extraordinarios. Basta mencionar las insultantes cartas que la Reina Batata subió a FACEBOOK. Sí, en un momento de inenarrable sopor, la Presidente llevó tranquilad a través de una red social. En las misivas nos contó un poquito de su vida, se victimizó, apenas mencionó a Nisman y responsabilizó de la muerte del fiscal al diario Clarín. Una vez más, lo preocupante es la ceguera de buena parte de la sociedad, que parece no haberse dado cuenta todavía qué clase de democracia tenemos, qué clase de gobernantes deciden nuestra suerte. Hay una estupenda oportunidad de arreglar las cosas en el cuarto oscuro, este año. Pero es una esperanza vaga: sabemos que todo lo malo, volverá a ocurrir.

El inmenso Pepe Eliaschev (fallecido en noviembre último tras una larga pelea contra un cáncer de mierda) entregó su vida al periodismo. Se lo extraña demasiado: se extrañan sus contratapas en el suplemento anaranjado del domingo, se extraña su pasión por joder a cualquiera que mereciera el escarnio. Su legado es brillante, excede a la profesión. Y entre esas cosas que nos dejó está el espurio y aberrante pacto secreto del gobierno argentino con el régimen de Teherán, coronado por el disparatado memorándum. Pepe denunció el pacto en un inolvidable artículo de marzo de 2011 en Perfil. En palabras propias, “puso en juego su nombre y su trayectoria”. Una de las personas que tomó conocimiento de la investigación del periodista, basada en documentos secretos analizados por varias cancillerías, incluso antes de ser publicada, fue el fiscal especial de la causa AMIA. Si, Alberto Nisman. “El hecho y la nota me parecen absolutamente descabellados, absurdos (…) hacía mucho tiempo que no leía algo tan disparatado (…) es todo muy poco serio” decía Nisman por aquel entonces. “Estoy convencido de que el gobierno argentino no piensa nada de eso”, concluía. El miércoles pasado, en un programa de TN reconoció -cuatro años tarde- la obra mayor del periodista, apenas un puñado de días antes de pegarse un tiro.

Los argentinos corremos el penoso riesgo de confiar demasiado en tipos como Nisman, considerarlos por siempre infalibles, y olvidar a otros como Pepe. Unos trabajan para el poder hasta que el poder los obliga a rebelarse. Otros, trabajan para que ese poder no siga acumulando poder, dando la cara, soportando el vituperio de personajes nefastos, sin que les importe caer en el ostracismo más cruel. Pepe murió casi en el olvido. Él era uno de los buenos. Nisman no era de los buenos, pero será recordado por su sorprendente maniobra final, y se pasarán por alto los años en los que fue partícipe de la fiesta y nada hizo por llegar a la verdad. Probablemente no haya sido de los malos tampoco; eso ya no importa. Cuando tuvo que elegir, desoyó al bueno y prestó sus oídos al gobierno más corrupto de todos. Pero no ha sido el único. En este imperio de la ilusión siempre se duda de los buenos y se engrandece a los que hoy son sospechosamente buenos, luego de ser abiertamente malos. A esto hemos llegado.

YO NO SOY NISMAN

Autor: Cesar de la Luz
Dedicado a Juanita Frijoles
*Post editado por contener innecesarios insultos