miércoles, 1 de junio de 2011

Verde Cielo

Estaba en todas partes - era una gelatina - un limo - sin embargo, tenía formas,
mil formas espantosas imposibles de recordar. Tenía ojos - uno de ellos manchado.
Era el abismo, el maelstrom, la abominación final. Carter, era lo innombrable!
H.P. Lovecraft [The Unnamable]

Lo innombrable - Offtopic

Aquella mañana fue distinta a otras mañanas. Navarro, un desconocido muchacho, tan normal como cualquier muchacho incapaz de vislumbrar el aura de desgracia que se avecinaba, despertó minutos antes que el débil sol otoñal asomase su espectral masa sobre el río. El techo de su habitación parecía más gris que de costumbre; como si no existiese, como si no fuese otra cosa que una simple extensión del cielo. Los demoníacos fantasmas del fracaso danzaban al son de una truculenta música, agazapados, esperando el momento preciso en que el magnánimo rey de la oscuridad y la desolación diese su orden. Los pájaros no cantaban: habían desaparecido, seguramente de vuelta en el mundo de ominosos sueños monocromáticos al que siempre pertenecieron. Mientras tanto, derruidas almas buscaban salvación, aferrándose a eso.

Muy lejos de allí, donde el viento sopla salvajemente, donde la civilización parece llegar a su siniestro fin - dentro de otro derruido corazón - ya se había desatado el caos definitivo. En aquel lugar, la mesa estaba servida.

Navarro albergaba un absurdo sentimiento de esperanza, similar al que tienen las hormigas que cargan finalmente con su protección para el invierno, incrédulas del poder inconmensurable de su enemigo más feroz: el hombre. Enceguecido por eso, el viaje de aquel desgraciado estaba a punto de comenzar; una travesía que lo dejaría sin pasado, presente ni futuro, borrando su tiempo, en todo plano existente, con una indeleble mancha de un color imposible de discernir. Nadie lo culparía. El hombre, con frecuencia, cree que puede lograr cualquier cosa con solo proponérselo, esté o no dentro de sus posibilidades; pero comete un severo error de cálculo. La ambición, los sueños, siempre lo devoran cuando uno parece tenerlos al alcance de la mano. Por depositar su alma y su corazón en eso, Navarro lo perdió todo.

Cargando diecinueve gemas - más rojas que la sangre, más espantosas que millones de tempestades -, con un inhumano peso sobre sus hombros, el muchacho partió finalmente hacia aquella fortaleza azul de hermosura sin igual. El sol aún brillaba; parecía imposible que algo saliese mal. Ni siquiera el guardián que custodiaba la fortaleza podía imaginarlo, porque para él, eso podía sanar cualquier enfermedad de cuerpo y alma; eso podía guiar hacia la luz, incluso en un laberinto sin salida. El momento había llegado.

[…]

Es difícil explicar el por qué de ciertos hechos, pero si se es el protagonista de esos acontecimientos, y estos son indeciblemente aberrantes, resulta imposible. Por eso Navarro nunca pudo relatarlos, pero al parecer, ha logrado aceptarlos de alguna manera. Se niega también a alzar sus ojos al cielo, ahora teñido de verde, sea verano o invierno, sea otoño o primavera. Aquel muchacho no fue más que un pobre desgraciado, víctima de eso en lo que tanto confió. Creyó que tendría eterna protección contra la desesperación, el delirio y el odio, olvidando que el origen, la raíz de toda la existencia humana reside allí, en ese triángulo repleto de oscuridad. Su infelicidad debería ser suficiente para demostrar la miseria que rodeó, rodea y rodeará siempre a eso.

Navarro, aquel día, desafió a todos sus demonios, y obtuvo por fin el gran tesoro que se encontraba escondido en la fortaleza azul de belleza sin igual y pureza perversa, derrotando al descuidado guardián con heroica facilidad. Su victoria ni siquiera se vio opacada por el sufrimiento de aquel otro corazón salvaje, muy lejos de allí, donde el viento sopla con la furia de los Dioses. En lo absoluto. En ocasiones, la felicidad de unos, puede ser la desgracia de otros. Pronto, ambos comprenderían las paradójicas consecuencias de sus actos obviamente irracionales.

Cincuenta y tres lunas después, el desgraciado muchacho se encontraba parado en el andén de una antigua estación de trenes, viviendo una auténtica pesadilla en plena mañana. Aquel lugar estaba prácticamente desolado. Casi ninguna cosa o persona llamaba la atención de Navarro, con excepción de una pareja de jovencitos, que se abalanzaban al borde del precipicio, al borde del andén, que estaría dominado por tinieblas en muy poco tiempo. Tal vez nuestro ingenuo protagonista les deseo la muerte… por ahora no puedo hacérselos saber. El cielo presentaba la típica brillantez grisácea, propia del infernal invierno; el silencio parecía envolver no solo la estación, sino también el corazón de Navarro, abandonado completamente por eso. Apenas podían oírse tenues gotas cayendo sobre el techo de chapa que cubría gran parte de la terminal. Bajo las desvencijadas vías férreas se acumulaban cientos y cientos de crujientes hojas marrones, las cuales ya habían renunciado a sus ramas unos pocos meses atrás.

A lo lejos, en ambas direcciones, no podía distinguirse ningún tren, solo se vislumbraba una gran cadena de luces amarillentas, formada por los faroles antiquísimos de la zona. Mientras los autos aprovechaban las barreras altas para atravesar las vías, el viento soplaba, amenazadoramente, anticipando un terrible desenlace. El desgraciado muchacho continuaba imperturbablemente deshecho, rodeado de soledad, decepción y tristeza. De pronto, la quietud fue aniquilada por un estruendo imposible de olvidar y explicar, tal y como lo que sucedió a continuación.

Navarro se encontraba ahora corriendo por una oscura y angosta calle. La noche era bohemia y helada. Una neblina indescriptible había comenzado a levantarse, al mismo tiempo que el cielo se teñía de verde. Parecía perseguir a alguien. Al mismo tiempo que lo hacía, esquivaba obstáculos a una absurda velocidad, mientras saltaba sobre las desprendidas baldosas de la impía ciudad. Luego, dejaron de existir las personas, los árboles, los autos… todo. El desgraciado muchacho no podía ver nada ni a nadie. Lo que realmente le interesaba, trascendía su propia vida; era a quien perseguía a quien le debía toda su existencia. La distancia que los separaba en un principio, se acortaba estrepitosamente ante la velocidad demencial de Navarro. Respiraba terror, y exhalaba angustia.

Pero él también se sintió perseguido. Si bien no tenía tiempo de mirar hacia atrás, sabía que algo incorpóreo, baboso, lo acosaba. El fantasma de la desolación corría a una velocidad irrisoria. Obligado por el espanto, el muchacho aceleró como un loco, acortando la distancia aún más. Ahora escasos metros lo separaban de eso que tanto quería alcanzar. Sin embargo, continuaba sintiéndose moribundo, como alguien le hubiese arrancado algo. Solo los peatones podrían contar que se imaginaban al verlos correr.

Sin salida ante la esquizofrénica e injustificada persecución, la otra persona se detuvo, vencida, y giró, indignada, para ver a Navarro directamente a la cara. Antes de poder ver su rostro en la penumbra de aquella calle cavernosa, la noche se transformó en un torrente de agua helada. Y todo era gris, nuevamente.

Ahora el muchacho estaba tendido junto a un escombro inmenso, de cara al cielo. Sentía un fuertísimo dolor en la espalda que le impedía moverse. Con evidente e indescriptible dificultad giró su cabeza hacia la izquierda, tan solo para observar a dos personas en una situación similar; sin embargo, al mismo tiempo que estaban derrumbadas sobre el andén, aquellas dos almas, estaban petrificadas, no se movían ni un poco. De repente, el silencio se había extinguido: todo había pasado de la quietud a un estallido, de un estallido a un inenarrable horror. El mar de lamentos y gritos parecían provenir del mismísimo averno; no obstante, no había sonido ni movimiento en los que yacían a escasos metros de Navarro. En vano, intentó sentarse, como si la lluvia lo hubiese congelado definitivamente. Empapado, logró distinguir entre el caos, una voz que preguntaba si se encontraba bien. Lo repitió unas cuantas veces, hasta que pudo ver, efectivamente, a la mujer que le gritaba desesperadamente, y entre lamentos que de otro sitio llegaban, solo pudo decir: “te dije que te alcanzaría…”.

Navarro no supo más nada de aquel torrente de agua ni de la mujer, simplemente porque volvió a las inmundas calles donde había tenido lugar la persecución, bajo un cielo completamente verde. Ahora, en medio de una ruidosa avenida, sin habla por el esfuerzo, con la garganta seca, el muchacho increpaba a alguien, que rápidamente se alejaba de él, sin dejar de darle la espalda en ningún instante. Aquella vez, decidió dejar de seguir a esa persona: dejó que se escapara, para siempre. El único sentimiento que había permanecido era la agonizante pena en lo profundo de su alma. Eso lo había traicionado, tal y como traiciona a todo el que confía en que puede sanar.

El desgraciado joven no tuvo tiempo de discernir entre el sueño y la realidad, porque todo se volvió gris nuevamente; sus ojos se habían clavado en el techo del lugar donde estaba descansando. Estaba en su habitación, que permanecía tan pequeña como siempre, mientras el débil sol otoñal asomaba su espectral masa sobre el río.

Entonces, Navarro tuvo la posibilidad de elegir: padecer una ominosa odisea tras su victoria en la fortaleza azul de preciosura sin igual, aceptando su destino, aceptando lo que había sido escrito para él. O podía evitar perder su alma y su corazón, víctimas de eso, transformando un cielo completamente verde y horrendo, en algo oscuro y celestial, repleto de paz. Sin embargo, el maldito muchacho eligió lo primero. Eligió la pena por sobre la maldad, obteniendo, al final, una sola cosa, un recuerdo que nunca más lo dejaría dormir, dándole al mismo tiempo, la fuerza para continuar viviendo. Al final… solo el rostro más hermoso, sonriendo… nada más…

Pero, por qué hizo eso? No era más sencillo olvidar todo ese incomprensible dolor, empujado hacia la nada por la muerte divina? Por qué eligió preservar los hermosos pero efímeros recuerdos? No era mejor destruirlos con la llama eterna del odio, y reemplazarlos por oscuridad, para acabar de una vez con tanta pena? Por qué lo hizo? Acaso eso pudo triunfar, incluso en el rincón más ardiente del infierno? No, no puede. La mejor decisión era rendirse y escapar de aquel mundo. No puedo estar equivocado. No puedo estar equivocado. No puedo estarlo. No puedo… O si?

Written and Posted by Cesar de la Luz

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