El periodismo consiste esencialmente en
decir "lord Jones ha muerto" a gente que no sabía que lord Jones
estaba vivo.
Gilbert Keith Chesterton
Algo que puede ir mal, irá mal en el
peor momento posible.
Ley de Finagle sobre la Negatividad Dinámica
La muerte de Nisman – Offtopic
Un desolador estruendo, casi un cañonazo desde las montañas
de la locura, acabó con una hermosa travesía por el vasto océano onírico; se detuvo
así el poder de la metástasis que se propaga por las distintas construcciones
del inconciente. Aquel espantoso trueno estival sustituyó las interminables
alarmas, y abrió las puertas a un mundo aterrador. Mientras los sueños líquidos
trastocaban el presente y unían para siempre los cuerpos del futuro, llegaba hasta
los dominios del hombre una de las noticias más impactantes de la historia
moderna del país. Sería incorrecto afirmar que el interés y el pavor
generalizado de la sociedad argentina -que considera importantes solo algunos
hechos, con una extraña regla para medirlos; que pasa por alto las señales y
atiende únicamente a los resultados, nunca jamás al desarrollo- se deba a la aparición sin vida del ya célebre fiscal
Alberto Nisman en el baño de su departamento de Puerto Madero. Lo que ha
propiciado el miedo y la preocupación de los ciudadanos es la indefensión de su
propia conciencia errante: saben que ha ocurrido algo muy malo, pero no saben
qué hacer. Y guardan la oscura sospecha que todo lo malo volverá a ocurrir.
Los acontecimientos de la última semana son de una gravedad
institucional inmensurable. Y nadie estaba preparado. El Estado nacional no ha sabido
o, muchísimo peor, no ha querido cuidar a uno de los funcionarios que investigaba
la causa emblema de la impunidad en Argentina: el ataque terrorista a la AMIA en julio de 1994. El mismo
fiscal imputó a la Presidenta de la Nación , Cristina Fernández
de Kirchner, por el presunto encubrimiento de los principales sospechosos de
perpetrar el atentado. Y el tipo ahora está muerto. Las consecuencias son
tan temibles como la certeza del sello mafioso en la desaparición física de
Nisman. Más allá de la existencia y/o veracidad de las pruebas que tenía en su
poder el fiscal, más allá su burdo oportunismo, y del ataque de los
funcionarios oficialistas hacia su persona, no se puede concebir que aparezca con
un balazo en la cabeza a poco de lanzar una acusación como aquella. El temor de
quienes estamos convencidos de la naturaleza criminal de este gobierno, desde
el principio de la gestión, se acrecienta cuando nos toca marchar solos,
cuando la sociedad nos hace quedar en ridículo por golpear cacerolas o levantar
carteles, cuando somos descalificados por sujetos impresentables a quienes
debería darles vergüenza estar vivos, cuando nos damos cuenta que el resto no
abrirá los ojos jamás. Las ansias por conocer la verdad sobre la muerte de un
fiscal que acechaba al poder político durará poco. Siempre sucede lo mismo. Por
eso estamos abatidos.
Pero no es todo
negativo, pues ha comenzado ese juego al que estamos tan habituados en este
país: hombres y mujeres pretendiendo ser analistas políticos, detectives,
psicólogos, forenses, expertos en balística y fiscales, opinando en todo plano
existente, atendiendo a un hombre que hasta hace una semana era completamente
desconocido. Como si las malditas ofrendas de niñas muertas, violadas, embolsadas,
arrojadas a un contenedor o a un río, no hubiesen sido suficientes. Como si no
hubiesen casos sin resolver. Como si la
justicia fuese eminentemente justa.
Hay demasiadas consideraciones, que no tienen su origen en
el aparente suicidio de Nisman, ni acaban en su triste decisión. Lo que urge
es aclarar el hecho que tuvo lugar en la tarde del domingo 18 en el piso 13 de
una de las torres Le Parc y detener la avalancha de especulaciones detrás de la
muerte. Claro que la factura política más onerosa seguirá estando en manos de la
emperatriz. El día lunes, el fiscal especial
de la causa AMIA iba a comparecer ante la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados. Detrás
de su investigación se cocinaban la feroz interna de los servicios de
inteligencia y una vergonzosa guerra entre los únicos dos poderes de hecho en la Argentina : el Ejecutivo
y el Judicial. Todo esto sazonado con la crisis energética y con los intereses
del régimen teocrático de Irán y sus estrafalarios fanáticos locales. Una
receta para el desastre que ha dejado a la sociedad, una vez más, en el medio
de una guerra de mafias, y a la espera de una respuesta de los gobernantes. Una
respuesta que nunca llegará.
Siguiendo el juego que tanto gusta, se podrían plantear algunas
teorías acerca de la muerte de Nisman. Las teorías
puras serían cinco: 1) que el fiscal se
mató porque no podía probar su acusación en el Congreso (una pelotudez
insostenible); 2) que se mató porque estaba loco; 3) que lo mandaron a matar
los iraníes para que se caiga de una vez y para siempre la pista que los
involucraba; 4) que la amenaza de una nueva causa contra Cristina obligara al
gobierno a actuar en consecuencia; y 5) que lo mató el sector saliente de la Secretaría de
Inteligencia, buscando perjudicar a la Presidente y vengarse así por el abrupto
descabezamiento. Están también las teorías
combinadas: suicidio inducido, ya sea por los iraníes, por el gobierno, por
los espías, o por todos juntos luego de memorizarse las tapas de Clarín de la
última semana. Más allá de lo que determine la justicia sobre el caso, lo tristemente
cierto es que nadie va a creer en la hipótesis del suicidio: es mucho más
interesante pensar en una oscura trama que involucre a todos estos actores, y es,
al mismo tiempo, muy sencillo desconfiar de todo lo que rodea al kirchnerismo.
Es el mismo gobierno que limpió en pocos días a un procurador, a un juez y a un
fiscal para proteger los groseros negocios del vicepresidente. Es el mismo gobierno
que dijo que Cristina tenía cáncer. Es el mismo gobierno que colocó a un
talibán insano en la procuraduría para enterrar todas las causas que
involucrasen a funcionarios y/o familiares de esos funcionarios. Es el mismo gobierno
que intentó salvaguardar a un empresario amigo acusando a dos pendejos forros,
y ensuciando luego a un fiscal honesto. Es el mismo gobierno que compró y cerró
medios para tapar la realidad. Es el mismo gobierno que cambia las reglas de
juego electorales a gusto e piacere.
Es el mismo gobierno que envía todas las mañanas a un payaso a hacer unos cuantos
chistes y defender lo indefendible. Es el mismo gobierno que niega la pobreza,
la desocupación y la inseguridad, alegando que son operaciones de guerreros
multimediáticos que buscan tapar las buenas noticias. Es el mismo gobierno que
falsea las estadísticas públicas y trastoca las políticas económicas hasta la
ruina. Es el mismo gobierno que coloca empleados públicos afines y desplaza a
los idóneos. Es el mismo gobierno al que se le pierden, se le queman o se le
mojan, accidentalmente, expedientes comprometedores. Es el mismo gobierno que
utiliza los servicios de inteligencia para perseguir y apretar a opositores y
periodistas no alineados. Es el mismo gobierno que alaba regímenes totalitarios
y se fotografía con dictadores, al tiempo que despotrica contra todo aquello
que no sea nuestroamericano. El gobierno
que ha llevado adelante todas estas empresas pretende que creamos su versión,
la teoría número uno: que Nisman se suicidó porque no podía probar la
imputación. Muy gracioso.
Mientras tanto, el país sigue
transitando por el camino de la impunidad.
AMIA. 21 años de nada. El juez Juan José Galeano embarró la causa del atentado a
la mutual judía durante una década. Fue destituido por el Consejo de la Magistratura y
reemplazado por Rodolfo Canicoba Corral; mientras la causa por las evidentes irregularidades
en la investigación quedó a cargo de Ariel Lijo. El irresponsablemente santo,
Néstor Kirchner, creo en 2004 la
UFI-AMIA , una fiscalía ad hoc con presupuesto infinito,
dependiente de la
Procuración , y se la entregó a Alberto Nisman. Era, en aquel
entonces, un mimado del matrimonio santacruceño. Esta fiscalía especial comenzó
a trabajar la pista iraní, sin
demasiadas pruebas pero con la inefable contribución de la SIDE. Antonio “Jaime” Stiusso,
director de operaciones del organismo, era quien llevaba adelante la causa en
las sombras de lo ominoso. La cercanía de Nisman con el espía y con los
servicios era innegable. Pero la crisis energética durante el comienzo del
segundo mandato de Cristina obligó al gobierno nacional a una pirueta insólita,
desquiciante, inesperada. Con fines comerciales (obtener petróleo a cambio de
granos) negoció un pacto con Irán para librar de toda culpa y cargo a los
sospechosos del atentado hasta ese momento. El régimen teocrático exigía el
levantamiento de las alertas rojas que pesaban sobre los acusados. Nisman, que
conocía perfectamente el pacto por obra y gracia del querido Pepe Eliaschev y debería
haber sospechado maniobras ilícitas, no se opuso de forma abierta al memorándum de entendimiento. Se buscaba
la cooperación de negacionistas y antisemitas para resolver el ataque a un
blanco judío en Argentina. La mayoría oficialista en el Congreso aprobó este
dislate, sin importar el repudio del mundo entero (excepto de INTERPOL). El
Presidente de la República Islámica
de Irán, Mahmud Ahmadineyad festejó antes de tiempo: pretendía utilizar el
entendimiento en el frente interno. Pero falló. Al final Teherán desistió de firmar
el acuerdo. Y no hubo petróleo. Y no se levantaron las alertas rojas. El
atentado a la AMIA
no quedaría impune. O sí.
Allí comenzó el juego de espías que
acabó este domingo con la muerte del fiscal especial. Los mismos servicios de
inteligencia de los que Cristina se sirvió para montar causas contra
opositores, se volvieron en su contra. Nisman se sirvió de Stiusso y de la especialidad de la casa (teléfonos
pinchados, mails y cualquier cosa parecida) para implicar a la Presidenta en un nuevo
encubrimiento, esta vez de la pista iraní (ya Nisman lo había hecho contra
Menem por encubrir la pista siria). El juez Canicoba Corral dejó claro que la
única autorización pesaba sobre la intervención de cuatro teléfonos, todos del
nexo entre Irán y Argentina, Jorge Khalil. Ninguno más. Posiblemente las pruebas de Nisman para acusar a CFK tuvieran un origen
un tanto más sórdido. En diciembre último, la emperatriz se enteró del pedido que se venía y decidió desplazar a
Héctor Icazuriaga y a Francisco Larcher, las cabezas de la Secretaría de
Inteligencia, y colocar a su “mayordomo” Oscar Parrilli y a Juan Martín Mena
(conocedor de la causa AMIA y aparente promotor del acuerdo con Irán). Nisman
regresó anticipadamente de su viaje por Europa para finalizar con el escrito
que dio a conocer al universo todo el miércoles 14 de enero. Desfiló por todos
los canales de televisión y habló con todas las radios explicando lo que se
podía explicar. Parecía aferrarse a la fiscalía especial y efectuar, al mismo
tiempo, la venganza de Stiusso. El gobierno que lo amaba, ahora lo odiaba. La
sociedad que no lo conocía, ahora lo escuchaba.
El ominoso camino se recorría
mientras el Ejecutivo insistía en copar el Poder Judicial, con la Procuradora General
Alejandra Gils Carbó como ariete. Jueces y fiscales -Nisman entre ellos- que
callaron durante una década y avanzaron en las causas de corrupción a paso
de tortuga, recordaron de pronto cómo hacer su trabajo, e invadieron los
Tribunales. Ahora necesitaban acusar a Cristina de todo lo que habían omitido. La
sociedad no puede perdonar este oportunismo feroz. Los eternos defensores de la
libertad de expresión y de los derechos humanos salieron a destrozar al fiscal,
incluso con la curiosa contribución de Ronald Noble, antiguo secretario general
de INTERPOL. Según el moreno, Nisman mentía en cuanto al pedido de
levantamiento de las alertas rojas por parte del canciller Héctor Timerman.
Algo irrelevante por cierto, pues el acuerdo con Irán nunca se firmó, por lo
tanto no había necesidad de semejante pedido, incendiario a todas luces. En un
reportaje por correo electrónico con Página 12, Noble afirmó que INTERPOL consideraba
al memorándum como un “paso adelante
en el esclarecimiento” del atentado. Uno
se pregunta cómo mierda es posible que la horda oficialista se valga de la
opinión de un agente del Águila -que supuestamente está detrás de todo lo
malo que le sucede al país, basta recordar la frase de CFK “si me pasa algo,
que nadie mire hacia el Oriente, miren hacia el Norte”- para contraatacar. Le
dan la razón a un yanqui. Más pelotudos no pueden ser. Cuando conviene, les
importa lo que piensa el mundo, que se nos ha caído tanto encima que ya nos
dejó como una tapa para empanada. El oficialismo intentó derribar otro
argumento de Nisman, el de los arreglos comerciales con Irán, alegando que la
cuenta corriente no se había modificado. Es lógico si tenemos en cuanta que el memorándum nunca se firmó. Finalmente
apelaron a lo habitual, a eso que nos llena el corazón: que todo era un
operativo de oscuras agencias conspirativas y desestabilizadoras; que era una
embestida del poder económico concentrado en complicidad con la corporación
mediático-judicial, en un desesperado intento por frenar el proceso de
transformaciones profundas iniciado en 2003; que Nisman era un agente de la CIA , y todas las huevadas de
siempre. Al fiscal le dieron una importante mano tanto Lijo (de vacaciones) como
Servini de Cubría (la jueza que lo subrogaba): ninguno consideró suficientes
las pruebas contra CFK y compañía y no habilitaron la feria. Tampoco fue bien
tratado por Canicoba Corral que lo desautorizó y hasta amenazó con apartarlo
del cargo. Lo dejaron prácticamente solo. El lunes 19 debía defender ante el
Congreso las pruebas que tenía en sus manos, incluidos los nombres de los
espías involucrados. Legisladores oficialistas y opositores se engarzaron por
el carácter de la exposición: el bloque K pretendía que fuese pública
(ofrecieron incluso la cadena nacional, propiedad exclusiva de la emperatriz),
mientras que los opositores querían los nombres de los agentes, por lo que
necesitaban una reunión reservada (con el fin de no violar la Ley de Inteligencia Nacional
ni poner en riesgo la investigación). Sorpresivamente al gobierno le interesaba
que la gente supiese todo y le huía al oscurantismo. Ya era demasiado tarde. El
circo estaba preparado para otra función histórica.
Pero Nisman no pudo ir al Congreso.
Apareció muerto la noche anterior.
Ya todos conocen lo que sucedió
después. El silencio presidencial y los raquíticos testimonios de funcionarios,
la sobreactuación de los presidenciables, el repentino interés de la ciudadanía
por la actualidad política, la irresponsabilidad de algunos periodistas que
tildaron de irresponsables a los que sí salieron a hablar y nada dijeron sobre la
TV Pública y su receta de “tortas fritas
para los días lluviosos”. Así podríamos seguir toda la noche, toda la vida. Lo último
es remarcar el comportamiento del gobierno ante cada evento de suma importancia
para la Nación. Están
empecinados en demostrar lo perversos e ineficaces que son, en hacer los
papelones más extraordinarios. Basta mencionar las insultantes cartas que la Reina Batata subió a
FACEBOOK. Sí, en un momento de inenarrable sopor, la
Presidente llevó
tranquilad a través de una red social. En las misivas nos contó un poquito
de su vida, se victimizó, apenas mencionó a Nisman y responsabilizó de la
muerte del fiscal al diario Clarín. Una vez más, lo preocupante es la ceguera de
buena parte de la sociedad, que parece no haberse dado cuenta todavía qué clase
de democracia tenemos, qué clase de gobernantes deciden nuestra suerte.
Hay una estupenda oportunidad de arreglar las cosas en el cuarto oscuro, este
año. Pero es una esperanza vaga: sabemos que todo lo malo, volverá a ocurrir.
El inmenso Pepe
Eliaschev (fallecido en noviembre último tras una larga pelea contra un
cáncer de mierda) entregó su vida al periodismo. Se lo extraña demasiado: se
extrañan sus contratapas en el suplemento anaranjado del domingo, se extraña su
pasión por joder a cualquiera que mereciera el escarnio. Su legado es brillante,
excede a la profesión. Y entre esas cosas que nos dejó está el espurio y
aberrante pacto secreto del gobierno argentino con el régimen de Teherán, coronado
por el disparatado memorándum. Pepe denunció
el pacto en un inolvidable artículo de marzo de 2011 en Perfil. En palabras
propias, “puso en juego su nombre y su trayectoria”. Una de las personas que
tomó conocimiento de la investigación del periodista, basada en documentos
secretos analizados por varias cancillerías, incluso antes de ser publicada, fue el fiscal especial
de la causa AMIA. Si, Alberto Nisman. “El
hecho y la nota me parecen absolutamente descabellados, absurdos (…) hacía
mucho tiempo que no leía algo tan disparatado (…) es todo muy poco serio” decía
Nisman por aquel entonces. “Estoy convencido de que el gobierno argentino
no piensa nada de eso”, concluía. El miércoles pasado, en un programa de TN reconoció
-cuatro años tarde- la obra mayor del periodista, apenas un puñado de días antes de
pegarse un tiro.
Los argentinos corremos el penoso riesgo de confiar
demasiado en tipos como Nisman, considerarlos por siempre infalibles, y olvidar
a otros como Pepe. Unos trabajan para el poder hasta que el poder los obliga a
rebelarse. Otros, trabajan para que ese poder no siga acumulando poder, dando
la cara, soportando el vituperio de personajes nefastos, sin que les importe
caer en el ostracismo más cruel. Pepe murió casi en el olvido. Él era uno de
los buenos. Nisman no era de los buenos, pero será recordado por su
sorprendente maniobra final, y se pasarán por alto los años en los que fue
partícipe de la fiesta y nada hizo por llegar a la verdad. Probablemente no
haya sido de los malos tampoco; eso ya no importa. Cuando tuvo que
elegir, desoyó al bueno y prestó sus oídos al gobierno más corrupto de todos. Pero
no ha sido el único. En este imperio de
la ilusión siempre se duda de los buenos y se engrandece a los que hoy son
sospechosamente buenos, luego de ser abiertamente malos. A esto hemos llegado.
YO NO SOY NISMAN
Autor: Cesar de la Luz
Dedicado a Juanita
Frijoles
*Post editado por contener innecesarios insultos