viernes, 20 de julio de 2012

La princesa del cuento de terror

Oki, por su parte, no había hablado. No sabía qué decir. La había abrazado con ternura,
había acariciado su pelo, pero no había logrado pronunciar palabra […] Ella había clavado
en su rostro los ojos húmedos y brillantes, pero no llorosos.
Él evitaba aquellos ojos. Hasta cuando la besaba, antes de que todo sucediera, Otoko había mantenido los ojos muy abiertos, hasta que él se los cerró con sus besos.
Yasunari Kawabata [Utsukushisa to kanashimi to]

El cuento de terror de la princesa – Offtopic

En la tierra de la mentira execrable – donde el ancho, copioso y despigmentado sol jamás podrá brillar, donde los corazones se rompen, inexorablemente – la maquina reproductora de Dios escupió otro abominable engendro, protagonista, por caso, de nuestra historia. Aquel horripilante verano, hace diecinueve años, nacía la princesa de este cuento de terror. Cuando arribó a este imperio de ilusiones no tenía la radiante y esplendorosa cabellera dorada que hoy la caracteriza y le da entidad e identidad; sin embargo, a ninguno de los príncipes de feudos aledaños pareció importarle este minúsculo detalle. Contagiados por la estupidez ajena, observaban con desdén las facciones arrogantes de la pequeña. Cuán felices y orgullosos estaban sus padres, los reyes de la frivolidad, al ver a su hija corretear por esos campos pestilentes, cercados por imponentes muros que oprimían la razón y el entendimiento. Por supuesto, ambos desconocían el innatural destino que le tocaría; ambos ignoraban el caos que desataría por el mero hecho de ser una princesa, hermosísima y sin escrúpulos, decidida a quedarse con todo. El pasado, el presente y el futuro se fundirían en una metástasis entélica, desperdigando la soledad de los herederos de miseria que no pudieron ni siquiera oír esa adorable voz. Hoy, con diecinueve veranos en su haber, la princesa del nuestro cuento de terror puede regodearse en la desgracia de los que la desean irreverentemente, no solo por su rostro aniñado que derriba la muralla de los sueños, sino también por su descomunal silueta, emparentada más con lo celestial que con lo terrenal; una inconcebible figura que muestra con desparpajo, provocando a los débiles de alma y corazón, sea con aquel pecaminoso uniforme a cuadros o con ese atuendo negruzco que no podrán olvidar en el templo en llamas, aun cuando los tiempos acaben.

Este ángel de la muerte no conoce de sentimientos, pues fue criada para no tenerlos. Educada, moldeada a gusto por su intratable madre - mujer sin valores genuinos, esos que reconocen en el prójimo a un igual -, la princesa creció sabiendo que una orden suya sería obedecida sin más, marchitando lo que alguna vez gozó de cierta vida, y hoy no es más que un esqueleto viscoso y deforme. Así de vacío y trastornado es este mundo, lleno de hombres estúpidos, dispuestos a lo que sea por un pedazo de carne. Para ella, el mercado determina el valor de las cosas; si algo o alguien no esta monetarizado, no tiene importancia alguna y debe ser enterrado en las arenas desoladas. Por tal motivo, la princesa se inclina ante falsos ídolos de tierras indómitas que ensalzan esta cultura a la incultura; seres desagradables que hacen de la opulencia una enseñanza impía, despreciando a los que no viven de la misma forma. El indigno materialismo es, desde aquellas correrías por los grises prados amurallados, su religión. Y siempre lo será. Una mente espermatizada solo da lugar al dinero; un corazón mercantilizado solo da lugar a la lujuria ininteligible.

Utilizando su temible encanto, heredado vaya uno a saber de quién - no ha sido de su repulsiva madre, sin dudarlo -, consigue todo lo que se propone. Y es su valiente padre, la víctima fundamento de esa trepidante codicia sin control. Se da por descontado: no le importa lo que piensen. Es una princesa. Bajo sus alas decadentes, descansan dos canes, bestias de aquella bestia que repele naturalmente a quienes la aman genuina y sinceramente. En fin, creyendo en el amor, nunca se ha permitido enamorarse, quizá por miedo a descubrir su verdadera naturaleza, carente de bondad, repleta de miseria; o quizá porque no ha nacido un príncipe que pueda satisfacer su cuerpo y su alma, al unísono. Su fama, en la tierra de la estupidez desquiciante, es innegable, y cada noche suscita la atención de los vagabundos que vieron derrumbarse sus sueños sin remedio. Aun distraídos, Dios y el Diablo nos recuerdan que la inocencia artificial siempre empapa con la savia del pecado a la verdadera inocencia. Cuán orgullosos deben estar sus padres, hoy, al ver como su hermosa hija domina feudos ajenos con inhóspita facilidad, capturando la imaginación de sujetos de dudosa valía, invadiendo sus mañanas, sus tardes y sus noches. Los pobres diablos que bailotearon en las cuerdas sobre esponjosas nubes, deben recordar esa cabellera sombría con tristeza, pues ya no existe más.

Quienes superaron sus miedos y atravesaron, de alguna forma, los ciclópeos muros de aquel reino húmedo y sinuoso, deben conocer mejor este cuento de terror. Pero quienes se vean llamados a hacerlo, jamás deben intentarlo; pues en juego estará su alma, que acabará por diluirse en un mar blancuzco sin sentido. Serán embrujados por esos pequeños ojos bordeados siempre de negro; por esa sonrisa malévola que derrumba el saber; por ese irresistible cuerpo de violenta belleza cuya visión borra todo vestigio del pasado; por ese impensado valor de no darle valor a las cosas que merecen tenerlo; y perderán su humanidad. Cuán orgullosos deben estar los padres de la princesa! Los padres de Charlotte Chantal, obvio.

Pensaron, acaso, en alguien más?

CUUUUUUUUUUUBAAAA! QUIERO BAILAR LA SAAALSAAA!


Written and Posted by Cesar de la Luz
Dedicated to the loving memory of Agus Impagliazzo